jueves, 19 de julio de 2007

VIERNES 20 DE JULIO

Día litúrgico: Viernes XV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 12,1-8): En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

Comentario: Rev. D. Josep Ribot i Margarit (Tarragona, España)
«Misericordia quiero y no sacrificio»
Hoy el Señor se acerca al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás?. Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarte que solo le interesa tu corazón, tu capacidad de amar?
«Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado» (Mt 12,2). Lo dijeron convencidos, eso es lo increíble. ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Algo te recuerda que ningún motivo te excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás.
«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» (San Agustín). ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!
Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes. Grave acusación. ¿Y tú? ¿te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.
Pídele a la Virgen que te haga misericordioso, que sepas perdonar. Sé benévolo. Y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición de fondo, ahora es un buen momento para rectificar, formulando algún propósito eficaz.

JUEVES 19 DE JULIO

Día litúrgico: Jueves XV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Comentario: Lluís Serra i Llansana, hermano marista (Roma, Italia)
«Venid a mí todos los que estáis fatigados»
Hoy, las palabras de Jesús resuenan íntimas y cercanas. Somos conscientes de que el hombre y la mujer contemporáneos sufren una enorme presión psicológica. El mundo gira y da vueltas de tal manera que no tenemos tiempo ni paz interior suficientes para asimilar estos cambios. Nos hemos alejado frecuentemente de la simplicidad evangélica y estamos cargados de normas, compromisos, planificaciones y objetivos. Nos sentimos agobiados y cansados de luchar sin ver resultados convincentes. Las investigaciones recientes afirman que la depresión aumenta. ¿Qué nos falta para encontrarnos bien?
Hoy, a la luz del Evangelio, podemos revisar cuál es nuestra concepción de Dios. ¿Cómo vivo y siento a Dios en mi interior? ¿Qué sentimientos me despiertan su presencia en mi vida? Jesús nos ofrece su comprensión cuando sentimos el cansancio y tenemos ganas de reposar: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados. En sus palabras encontramos respuesta a nuestra crisis de sentido. Nuestro ego nos juega malas pasadas y no nos permite ser tan buenos como quisiéramos. No vemos quizá la luz en determinadas épocas. Santa Juliana de Norwich, mística inglesa del siglo XIV, entendió el mensaje de Jesús y escribió: «Todo irá bien, todas las cosas irán bien».
La propuesta de Jesús —«aprended de mí» (Mt 11,29)— implica seguir su estilo de benevolencia (querer el bien para todos) y de humildad de corazón (virtud que hace referencia a tocar de pies a tierra y a que sólo la gracia divina nos puede hacer levantar el vuelo). Ser discípulo exige aceptar el yugo de Jesús, recordando que su yugo es «suave» y su carga «ligera». Pero no sé si estamos convencidos de que eso es así. Vivir como persona cristiana en nuestro contexto no resulta fácil, ya que optamos por valores a contracorriente. No dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder exige un esfuerzo. Si lo queremos hacer solos, se convertirá en una empresa imposible. Con Jesús todo es posible y suave.