miércoles, 12 de marzo de 2008

CSOMENTARIO DE SACERDOTES JESUITA

Encuentros con la Palabra
Domingo de la Pasión del Señor o de Ramos – Ciclo A (Mateo 26, 14 – 27, 66) – 16 de marzo 2008
“Guarda tu espada en su lugar”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

En muchos países es frecuente encontrar titulares como el que leí hace un tiempo en un periódico colombiano: “Ministro de defensa pide aumentar el gasto militar y bajar la inversión social”. Viviendo una especie de euforia guerrerista. Nos cuesta creer en la salida negociada a los conflictos sociales, grupales, interpersonales, e incluso personales. Vemos los embates de la violencia en todo el mundo; baste mencionar la guerra contra el terrorismo, la guerra en tantos países africanos, la guerra en Colombia que sigue tiñendo de sangre nuestros campos. Por todas partes parece imponerse, la Ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente, como si la violencia se pudiera combatir con la violencia. Como si sobre una derrota militar del enemigo se pudiera construir la única paz posible... Sin embargo, la historia nos ha demostrado más de una vez que la paz no se construye con la guerra: “Todos los que pelean con la espada, también a espada morirán”, decía bien Jesús en Getsemaní cuando fue arrestado. No fue fácil para Jesús dar este paso ni es fácil hoy para nosotros levantar esta bandera en un contexto en el que estamos todos entusiasmados con la propuesta de la guerra total. Erasmo de Rotterdam decía que la guerra era dulce sólo para el que no la ha probado.

Leyendo la Pasión del Señor según San Mateo, ha vuelto a rechinar en mi interior una pieza que no acaba nunca de ajustarse en todo el engranaje de la vida de Jesús: ¿Por qué no huyó ante la inminencia de la muerte? “Después del beso de Judas Jesús le contestó: –Amigo, adelante con tus planes”. ¿Por qué no se defendió con la fuerza? Después de que “uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote, Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su lugar” ¿Por qué no se defendió ante Caifás? “Entonces el sumo sacerdote se levantó y preguntó a Jesús: –¿No contestas nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús se quedó callado”. ¿Por qué no se defendió ante Pilato? “Mientras los jefes de los sacerdotes y los ancianos lo escuchaban, Jesús no respondió nada. Por eso Pilato le preguntó: –¿No oyes todo lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús no le contestó ni una sola palabra”.

El silencio de Jesús, la actitud paciente frente a la burla, la difamación, el insulto, los golpes, la tortura, la muerte violenta, todavía nos escandalizan. Con razón él decía: “Todos ustedes van a perder su fe en mi esta noche”. ¡Quién no! Lo que hace Jesús sobrepasa nuestras posibilidades. ¿Quién está preparado para seguir esta propuesta hoy? ¿No será mejor hacerle caso a los ministros de defensa y a todos los guerreristas de este país y del mundo y aumentar el gasto militar disminuyendo la inversión social?

¡En lugar de invertir en educación, enriquezcamos más a los constructores de armas de los países del primer mundo! ¡En lugar de invertir en planes de salud o de vivienda, destruyamos la vida y las casas de más seres humanos! ¡En lugar de invertir en infraestructura para posibilitar el trabajo, destruyamos lo que tenemos con más bombas! ¡Definitivamente, estamos locos! Cualquiera entiende hoy ese versículo de Mateo al final del arresto de Jesús: “En aquel momento, todos los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron”. Ojalá pudiéramos tener la dicha de no escandalizarnos de la Pasión del Señor y nos concediera Dios la gracia que le regaló al capitán romano que fue testigo de esta tragedia, para poder decir con él: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)

COMENTARIOS DE SACERDOTES JESUÍTAS

Encuentros con la Palabra
Viernes Santo – Ciclo A (Juan 18, 1 – 19, 42) – 21 de marzo 2008
“¿Así contestas al sumo sacerdote?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

La liturgia del Viernes santo nos propone todos los años la lectura de la pasión del Señor, tal como la presenta el evangelio de San Juan. Quiero llamar la atención hoy sobre las veces que perdemos el sentido de los textos, cuando los leemos separados de su contexto; un ejemplo típico de esto, me parece que puede descubrirse en la siguiente historia:

"El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos la absoluta certeza de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea. De modo que si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance».

En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación».

De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado.

Veinte años después pasó un profeta por la aldea, fue directamente al alcalde y le dijo: «¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia». «Ese fue vuestro error», dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos»" (De Mello, Canto del pájaro).

Si recuerdan, este pasaje está en el mismo Evangelio de San Juan; son las palabras de Caifás, el Sumo Sacerdote. Cuando el Sanedrín está discutiendo lo que deben hacer ante Jesús, después de la resurrección de Lázaro, Caifás pronuncia estas palabras que son la sentencia de muerte de Jesús (Juan 11,50). No basta, pues, encontrar LA respuesta a nuestros interrogantes; es fundamental leer todo el pasaje, todo el texto y si es necesario el capítulo o el libro entero, para entender una frase. Cuando sacamos las frases de su contexto, es muy fácil que nos engañemos.

Es conocida la queja de personas que son entrevistadas para algún periódico o revista y que se quejan porque han colocado frases que efectivamente dijeron, pero son presentadas sin el contexto de la conversación, de la pregunta, etc. Pero aquí no aparece sólo la necesidad del contexto; aparece también la necesidad de leer primero la situación en la que estamos; ya hemos dicho que el Evangelio, o la Biblia no es una fuente infinita de fórmulas para aplicar inmediatamente a la vida; es fundamental mirar a los ojos del que tenemos al frente; mirar a los ojos de la misma realidad a la que queremos responder y ante la cual tenemos que reaccionar.

Cuando Jesús está hablando del amor a los enemigos y la forma de ayudarles a que cambien dice: «(...) al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra» (Mateo 5,39); sin embargo esto no es una norma para aplicar directamente sobre toda realidad; Jesús está hablando de no resistir al mal con mal; invita a vencer el mal con el bien, vencer el odio con amor... Cada uno tiene que ver cómo, de acuerdo a sus circunstancias y SU situación, tiene que responder. Hoy nos cuenta el Evangelio de Juan cómo, cuando Jesús estaba siendo juzgado por el Sanedrín, el Sumo Sacerdote le pregunta sobre sus discípulos y su doctrina; Jesús le respondió que siempre había hablado en público, y que no había dicho nada en secreto, que le preguntara a los que lo habían oído... «Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?» Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Juan 18,22-23). Es una reacción distinta, en una situación similar a la de la frase de la que estamos hablando; ¿será que Jesús se contradice? ¿será que Jesús no es coherente con lo que dice? ¿será que Jesús predica pero no aplica, como decimos tanto de muchas personas?

El principio sigue igual: No responder al mal con mal; vencer el mal a fuerza de bien; eso no significa que en cada situación tenemos que inventarnos una respuesta nueva, que sea coherente con el principio, pero no que reproduzca una fórmula. Si esto no fuera así, ¿qué haríamos con afirmaciones como las siguientes?: «Si pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que con los dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego» (Mateo 18,8-9).

Por tanto, tenemos que tener en cuenta que el Evangelio no es para aplicarse sin más; no se trata de una lista de normas, fórmulas, recetas... Es una vida que nos puede inspirar e ilumina nuestra propia vida, pero no nos exime de buscar nuestras propias respuestas a nuestras propias circunstancias. Dejemos que este texto de la pasión del Señor nos ilumine y nos anime a buscar la mejor forma de asumir hoy la pasión de nuestro pueblo y nuestra propia pasión, sin repetir fórmulas ni responder con estereotipos.
* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)

COMENTARIOS DE SACERDOTES JESUÍTAS

Encuentros con la Palabra
Jueves Santo – Ciclo A (Juan 13, 1-15) – 20 de marzo 2008
“Les he dado un ejemplo para que ustedes hagan lo mismo (…)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

Un buen educador no es aquel que transmite más conocimientos, sino aquel que ayuda a los demás a adquirir los conocimientos necesarios para vivir una vida feliz. Decimos generalmente que es mejor ‘enseñar a pescar que dar el pescado’. No se pueden dar las cosas hechas. Cada uno tiene la tarea de construir su propio camino. En la medida en que vamos haciendo nuestro propio camino, vamos valorando lo que alcanzamos y continuamos siempre más adelante. La educación, como la caridad, si despierta en los otros las propias potencialidades, es más duradera y termina forjando seres humanos más autónomos y capaces de buscarse los medios que necesitan para vivir dignamente.

El Señor Jesús, la víspera de su pasión, quiso enseñarnos los fundamentos de la caridad que construye seres humanos plenos, a su medida. Como el mejor educador, no se contentó con anunciar un estilo nuevo de relaciones, ni de señalar conceptualmente las características de la nueva sociedad que invita a soñar. Dicen que el ejemplo no es la mejor manera de enseñar… es la única. Por eso, nos dio el mejor ejemplo de la caridad que debe regir nuestras relaciones interpersonales y comunitarias. No sólo ‘dijo’ lo que debíamos hacer, sino que ‘hizo’ lo que consideraba fundamental para la edificación de su cuerpo. “Mientras estaban cenando, se levantó de la mesa, se quitó la capa y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba en la cintura”.

Ante la contundencia de esta forma de enseñar, no queda otra alternativa que lanzarse a buscar en nuestro propio contexto, la manera como podemos perpetuar la calidad de esta forma nueva de enseñar y la esplendidez de esta caridad que edifica a los demás y crea lazos de comunión que sobrepasan los límites de lo humano, para construir relaciones divinas entre los seres humanos. La lista de preguntas puede ser interminable.

San Ignacio de Loyola, en su “Contemplación para alcanzar amor”, que es el broche de oro con el que cierra los Ejercicios Espirituales, afirma que si se quiere hablar de amor, hay que advertir, en primer lugar, dos cosas: “La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La segunda: el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 230-231).

Después de estas dos advertencias, va conduciendo al ejercitante en una espiral, cada vez más intensa de amor, que se hace obras y que se hace comunicación... Le pide al ejercitante que traiga a la memoria “los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene, y, como consecuencia, cómo el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede, según su ordenación divina” (EE 234). Y con esto, invita al que hace Ejercicios a que considere “con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas” (Ibíd.).

Más adelante, invita a “mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dándoles el ser, en las plantas dándoles la vida vegetativa, en los animales la vida sensitiva, en los hombres dándoles también la vida racional; y así en mí dándome el ser, la vida, los sentidos, y la inteligencia; asimismo habita en mí haciéndome templo, pues yo he sido creado a imagen y semejanza de su divina majestad” (EE 235).

El tercer paso que invita a dar es “considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas creadas sobre la tierra; esto es, se comporta como uno que está trabajando. Así en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados, etc., dándoles el ser conservándoles la vida vegetativa y sensitiva, etc.” (EE 236).

Es, como decía más arriba, un espiral cada vez más intenso de amor de parte de Dios hacia la humanidad, que invita a responder de la misma manera, cada vez más intensa... Frente a un Dios que no sólo me regala cosas, sino que se regala él mismo, haciéndose presente en esas cosas y haciéndose presente no pasivamente, sino trabajando en esas cosas y en toda la realidad, no queda otra alternativa que entregarse también a los demás con la misma intensidad con la que Dios se me regala...

Podríamos decir que Dios ha escogido la mejor que existe de dar un regalo. Un regalo puede darse mandando a alguien a que compre una torta en un almacén y se la lleve a una determinada persona a quien quiero expresarle mi afecto... También puedo ir al almacén y comprar los ingredientes para hacer una torta; hacerla y luego enviarla con alguien a esa persona que quiero... Incluso, puedo comprar los ingredientes y hacer la torta y luego ir a llevarla personalmente... Son formas cada vez más intensas de dar un regalo... Pero la forma escogida por Dios, la sublime forma de dar un regalo es ponerse encima un moñito e ir y entregarse a la persona que uno ama... El regalo que nos da Dios es él mismo; por eso el regalo que nos pide que le demos no son cosas sino a nosotros mismos...

El gesto de Jesús en la última cena es una invitación para que nosotros mismos nos ofrezcamos en el servicio a los que tenemos al lado y a los que más nos necesitan. Dejemos que esta forma de educar y de vivir la caridad nos cautive. Hagamos nuestra esta forma de vivir la educación y la caridad.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)

JUEVES 13 DE MARZO

Día litúrgico: Jueves V de Cuaresma
Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.
Comentario: Rev. D. Enric Cases i Martín (Barcelona, España)
«Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró»
Hoy nos sitúa san Juan ante una manifestación de Jesús en el Templo. El Salvador revela un hecho desconocido para los judíos: que Abraham vio y se alegró al contemplar el día de Jesús. Todos sabían que Dios había hecho una alianza con Abraham, asegurándole grandes promesas de salvación para su descendencia. Sin embargo, desconocían hasta qué punto llegaba la luz de Dios. Cristo les revela que Abraham vio al Mesías en el día de Yahvé, al cual llama mi día.
En esta revelación Jesús se muestra poseyendo la visión eterna de Dios. Pero, sobre todo se manifiesta como alguien preexistente y presente en el tiempo de Abraham. Poco después, en el fuego de la discusión, cuando le alegan que aún no tiene cincuenta años les dice: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8,58) Es una declaración notoria de su divinidad, podían entenderla perfectamente, y también hubieran podido creer si hubieran conocido más al Padre. La expresión "Yo soy" es parte del tetragrama santo Yahvhé, revelado en el monte Sinaí.
El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero. «Perfecto Dios y perfecto Hombre», dice el Símbolo Atanasiano. San Hilario de Poitiers escribe en una bella oración: «Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y los Apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre y al único Señor Jesucristo, podamos también celebrarte a ti como Dios, en quien no hay unicidad de persona, y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

MIERCOLES 12 DE MARZO

Día litúrgico: Miércoles V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».

Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»
Hoy, cuando ya quedan pocos días para entrar en la Semana Santa, el Señor nos pide que luchemos para vivir unas cosas muy concretas, pequeñas, pero, a veces, no fáciles. A lo largo de la reflexión las iremos explicando: básicamente, se trata de perseverar en su palabra. ¡Qué importante es referir nuestra vida siempre al Evangelio! Preguntémonos: ¿qué haría Jesús en esta situación que debo afrontar? ¿Cómo trataría a esta persona que me cuesta especialmente? ¿Cuál sería su reacción ante esta circunstancia? El cristiano debe ser —según san Pablo— “otro Cristo”: «Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). El reflejo del Señor en nuestra vida de cada día, ¿cómo es? ¿Soy su espejo?
El Señor nos asegura que, si perseveramos en su palabra, conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32). Decir la verdad no siempre es fácil. ¿Cuántas veces se nos escapan pequeñas mentiras, disimulamos, nos “hacemos los sordos”? A Dios no le podemos engañar. Él nos ve, nos contempla, nos ama y nos sigue en el día a día. El octavo mandamiento nos enseña que no podemos hacer falsos testimonios, ni decir mentiras, por pequeñas que sean, o aunque puedan parecernos insignificantes. Tampoco caben las mentiras “piadosas”. «Sea, pues, vuestra palabra: ‘Sí, sí’, ‘No, no’» (Mt 5,37), nos dice Jesucristo en otro momento. La libertad, esta tendencia al bien, está muy relacionada con la verdad. A veces, no somos suficientemente libres porque en nuestra vida hay como un doble fondo, no somos claros. Hemos de ser contundentes. El pecado de la mentira nos esclaviza.
«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí» (Jn 8,42), dice el Señor. ¿Cómo se concreta nuestro afán diario por conocer al Maestro? ¿Con qué devoción leemos el Evangelio, por poco que sea el tiempo de que dispongamos? ¿Qué poso deja en mi vida, en mi día? ¿Se podría decir, viéndome, que leo la vida de Cristo?

MARTES 11 DE MARZO

Día litúrgico: Martes V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados».
Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.

Comentario: Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les Fonts-Barcelona, España)
«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy»
Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).
«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado -¡Cristo "levantado"!- es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.
Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?».
Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.

LUNES 10 DE MARZO

Día litúrgico: Lunes V (A y B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.
Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)
«Vete, y en adelante no peques más»
Hoy contemplamos en el Evangelio el rostro misericordioso de Jesús. Dios es Amor, y Amor que perdona, Amor que se compadece de nuestras flaquezas, Amor que salva. Los maestros de la Ley de Moisés y los fariseos «le llevan una mujer sorprendida en adulterio» (Jn 8,4) y piden al Señor: «¿Tú qué dices?» (Jn 8,5). No les interesa tanto seguir una enseñanza de Jesús como poderlo acusar de que va contra de la Ley de Moisés. Pero el Maestro aprovecha esta ocasión para manifestar que Él ha venido a buscar a los pecadores, a enderezar a los caídos, a llamarlos a la conversión y a la penitencia. Y éste es el mensaje de la Cuaresma para nosotros, ya que todos somos pecadores y todos necesitamos de la gracia salvadora de Dios.
Se dice que hoy día se ha perdido el sentido del pecado. Muchos no saben lo que está bien o mal, ni por qué. Es lo mismo que decir —en forma positiva— que se ha perdido el sentido del Amor a Dios: del Amor que Dios nos tiene, y —por nuestra parte— la correspondencia que este Amor pide. Quien ama no ofende. Quien se sabe amado y perdonado, vuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull).
Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11). Dios perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más!

DOMINGO 9 DE MARZO

Día litúrgico: Domingo V (A) de Cuaresma
Texto del Evangelio (Jn 11,1-45): En aquel tiempo, había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo». Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba.
Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea». Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?». Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él». Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle». Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará». Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él». Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con Él».
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo».
Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama». Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde Él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?». Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería». Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?».
Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado». Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!». Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar».
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él.

Comentario: Dr. Johannes Vilar (Colonia, Alemania)
«Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá»
Hoy, la Iglesia nos presenta un gran milagro: Jesús resucita a un difunto, muerto desde hacía varios días.
La resurrección de Lázaro es “tipo” de la de Cristo, que vamos a conmemorar próximamente. Jesús dice a Marta que Él es la «resurrección» y la vida (cf. Jn 11,25). A todos nos pregunta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). ¿Creemos que en el bautismo Dios nos ha regalado una nueva vida? Dice san Pablo que nosotros somos una nueva creatura (cf. 2Cor 5,17). Esta resurrección es el fundamento de nuestra esperanza, que se basa no en una utopía futura, incierta y falsa, sino en un hecho: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!» (Lc 24,34).
Jesús manda: «Desatadlo y dejadle andar» (Jn 11,34). La redención nos ha liberado de las cadenas del pecado, que todos padecíamos. Decía el Papa León Magno: «Los errores fueron vencidos, las potestades sojuzgadas y el mundo ganó un nuevo comienzo. Porque si padecemos con Él, también reinaremos con Él (cf. Rom 8,17). Esta ganancia no sólo está preparada para los que en el nombre del Señor son triturados por los sin-dios. Pues todos los que sirven a Dios y viven en Él están crucificados en Cristo, y en Cristo conseguirán la corona».
Los cristianos estamos llamados, ya en esta tierra, a vivir esta nueva vida sobrenatural que nos hace capaces de dar crédito de nuestra suerte: ¡siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza! (cf. 1Pe 3,15). Es lógico que en estos días procuremos seguir de cerca a Jesús Maestro. Tradiciones como el Vía Crucis, la meditación de los Misterios del Rosario, los textos de los evangelios, todo... puede y debe sernos una ayuda.
Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.