viernes, 1 de junio de 2007


Un Papa con rostro de padre

Aunque esperábamos la noticia de la muerte de Juan Pablo II de un momento a otro cuando finalmente se nos dio en la noche del sábado, la conmoción fue general, yo me atrevería a decir que universal.

Tengo que confesar que yo quedé como paralizada, como si me vaciaran por dentro, incapaz de reaccionar. La magnitud del hecho comprendo que me desbordaba en ese momento. Después, el rezo del rosario por el alma de nuestro Papa en el santuario de Schoenstatt y la eucaristía, que celebramos a continuación, poco a poco me ayudaron a ir ordenando mis reflexiones y recuerdos de vivencias pasadas cerca de él que se acumulaban en mi interior.

Si quisiera glosar en una palabra lo que este Papa ha sido para mí diría que un “padre” amantísimo, fuerte, audaz, valiente, absolutamente entregado a su tarea de confirmar a sus hijos y hermanos en la fe y sobre todo santo.

En las entrevistas que hacían los periodistas a personas escogidas al azar en la calle, pude comprobar como algunas de ellas lo describían espontáneamente con la misma palabra: “padre”. El domingo, después de asistir a una de las misas por el Papa en la Almudena, me acerque a la estatua de bronce del Papa que estaba rodeada de ramos de flores y personas que colocaban velas a sus pies. Pegadas a su pedestal había muchas cartas y breves mensajes todos ellos expresando un gran amor y cercanía familiar al Papa. Algunos se dirigían a él como a un padre muy querido del que se despedían con dolor y gozo a la vez. Por la letra se adivinaba que bastantes de estas cartas eran de niños y de gente sencilla que habían escrito lo que les salía del corazón. De nuevo, pensé, es a los pequeños a los que se les revela los secretos más hondos que se ocultan a los sabios y entendidos.

Ellos han entendido perfectamente que cada vez que el Papa se hincaba de rodillas delante del sagrario rezaba por todos y por cada uno en particular; que cuando sufría dolores físicos y morales era también por ellos que los ofrecía al Padre unidos a los de Cristo. Quiso compartir con todos los hombres de buena voluntad sus momentos de alegría y también su llanto y su dolor, su fe firme, su esperanza gozosa y sobre todo la persona de Jesús que llenaba su corazón. No quiso ocultarles nada del progresivo deterioro de su salud y quiso dejarse acompañar en lo que a cualquier ser humano cuesta tanto aceptar. Como cualquier padre de familia en el ocaso de su vida quiso en todo momento estar acompañado por los suyos y confiarse a sus cuidados y oración. Por eso ha sido el Papa y padre de todos.

Creo con certeza que lo que esta aflorando en muchos es quizás lo más hermoso y profundo que se puede decir de este Papa y que sin duda a él le llenará de felicidad: que le consideremos y recordemos como a un padre.

Juan Pablo II es efectivamente portador de una paternidad muy fecunda porque se identifico plenamente con Cristo perfecto en su humanidad por ser el Hijo de Dios. Por esto ha podido ser un reflejo de ese rostro misericordioso del Padre eterno del que tanta necesidad tiene el hombre de hoy. Sin duda no es una casualidad el que su muerte se haya producido cuando la Iglesia celebraba la fiesta de la Divina Misericordia, fiesta muy querida e instituida por él, preparada por una bellísima encíclica suya sobre el Padre rico en misericordia: ”Dives in Misericordia”.

En estos días en las múltiples biografías que hemos tenido ocasión de ver, me impactaba fuertemente las imágenes de la entrevista del Papa con Ali Agca, quien había intentado matarle el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de S. Pedro. Era como una ilustración en vivo de la parábola del hijo prodigo. En el Papa que se inclinaba sobre su agresor quien en un susurro parecía confesarle su culpa y su arrepentimiento, la misericordia y el perdón de Dios parecían abrazar a toda la humanidad pecadora en ese hombre, acogiéndola de nuevo con inmensa alegría.

El amor del Padre misericordioso más fuerte que el pecado y la muerte, restaurador de toda dignidad humana, que revela al hombre la verdad sobre Dios y sobre sí mismo ha sido lo que incansablemente nos ha explicado Juan Pablo II con su palabra y con su testimonio de vida.

Lo que hemos visto y palpado en él es un amor inmenso por el hombre, por todo hombre de cualquier condición, y especialmente por los más débiles física, material o moralmente. Y como todos en realidad sentimos nuestra debilidad y limitación en uno o varios de estos aspectos, en él hemos podido amar y encontrar siempre al padre por el que clama nuestro corazón. En realidad es el Padre eterno, por el que hemos sido creados y al que estamos destinados, el que nos ha salido al encuentro en él. Todo eso tiene que ver con su profundo amor a María, la perfecta hija del Padre y discípula de Cristo que ha hecho de él otro Cristo. Le educo como hijo pequeño suyo y del Padre por eso su paternidad ha sido tan grande. Su identificación con Cristo le ha llevado hasta dejarse abrasar por el mismo fuego de amor por el Padre y por los hombres que consumía el corazón de su hijo Jesús.

Juan Pablo II ha sido un papa que nos ha amado con corazón de madre y como padre nos ha enseñado a vivir y a morir sin miedo, a enfrentar el mundo y sus desafíos con esperanza, a no desertar de nuestra misión de impregnar con el evangelio todas las realidades temporales y a creer que en Cristo la victoria sobre el mal y el maligno ya nos ha sido dada aunque todavía la lucha sea dura y larga. Esta es misión de padre y para un padre.

Para mí la razón de su increíble atractivo y magnetismo universal hay que verla en su paternidad sacerdotal carismática, verdadero regalo para muchos hombres huérfanos empeñados e permanecer lejos de la casa paterna y en dilapidar las propias vidas en lo que nunca podrá saciar la sed de verdadera felicidad y plenitud humana que hay en ellos. La paternidad de Juan Pablo II parece así haber sido hecha a la medida de esa enorme nostalgia de padre que habita en tantos corazones de nuestros contemporáneos.

Si de algo tiene necesidad el mundo hoy es de padres cercanos y cobijadores, pero que al mismo tiempo sean referentes claros, modelos a los que seguir que procuren una seguridad existencial a los que les han sido confiados. Padres generadores de vida en su más amplio sentido, que se atrevan a proponer los mas altos ideales como metas por las que vale la pena empeñarse, padres con convicciones firmes que interpelen y que sean capaces de promover la libertad y responsabilidad personal.

Todo esto y mucho más lo hemos encontrado en este Papa, en sus gestos, palabras, y sobre todo en su testimonio de vida, que ha sido su más elocuente y convincente predicación.

Termino con unas palabras de Jesús que pienso que Juan Pablo II podría hacer suyas: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn.14,8)

Creo que podemos decir que efectivamente en Juan Pablo II hemos conocido a un padre, que en la medida del don recibido y que es posible para un hombre, nos ha mostrado el rostro del Padre del cielo. Por ello debemos de estar inmensamente agradecidos a Dios que lo preparó y lo puso al frente de su Iglesia durante estos veintisiete años y a él, que se entrego fielmente y sin reservas, hasta el último aliento de su vida, a la tarea confiada.


¡Descansa en paz! Querido Juan Pablo “el Grande”, como ya te llaman, y no dejes de interceder por estos hijos tuyos que todavía peregrinamos en esta tierra hacia la Casa del Padre.

Mercedes Soto Falcó
El gigante despierta y también nuestra conciencia de misión

Meses atrás, cuando este gobierno se quitaba la máscara del buen talante y el diálogo, dije que el Sr. Rodríguez Zapatero iba a conseguir lo que nadie en mucho tiempo había conseguido en España: Sacar de su estado sesteante al gigante del catolicismo español. El 18 de junio en Madrid, lo hemos podido comprobar en la multitudinaria manifestación en defensa de la familia, del matrimonio entendido como la unión estable de hombre y mujer y en contra de la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Bien es verdad que, no sólo fuimos los católicos los que expresamos nuestro total desacuerdo con los proyectos de ley que se nos quieren imponer, sino que personas de otras confesiones se unieron a esta masiva protesta porque como decía el lema de la manifestación: “La Familia sí importa”. A todos nos importa protegerla, porque si ella se destruye y queda a merced de no sé que nuevos modelos inventados por algunos, las consecuencias para la sociedad serán catastróficas.

Es, pues un tema crucial por el que vale la pena luchar y, dado la sordera de nuestros gobernantes, por el que es necesario construir una unión entre todos los que pensamos de la misma manera para llevar a cabo una acción común para obligarles a escucharnos y consensuar las leyes en esta materia tan fundamental para el sano desarrollo de la vida de las personas y de las comunidades.

La experiencia de todos los que de alguna manera hemos podido participar en la organización de esta manifestación ha tenido este aspecto positivísimo y que ha dado un resultado espectacular: hemos aprendido a dejar de lado nuestro individualismo tan español y arrimar el hombro cada uno desde su sitio para una gran causa común.

Como schoenstattiana no he podido dejar de recordar nuestro tercer fin que nos viene de S. Vicente Palloti: La Confederación Apostólica Universal, es decir la unión de todas las fuerzas apostólicas de la Iglesia para afrontar el común desafío que significa la evangelización de las culturas de nuestro tiempo. Me parece haber vislumbrado en lo que acaba de ocurrir en España un atisbo de lo que el futuro nos reserva.

A Schoenstatt, y tenemos que estar absolutamente convencidos de ello, se le ha confiado desde nuestros santuarios, un papel principal en esta tarea de ser vínculo de unidad y ser alma de la Iglesia que peregrina unida a todos los hombres hacia el encuentro final con Cristo en la casa del Padre, ayudando a superar las rivalidades y particularismos que tanta fuerza apostólica nos han quitado a los cristianos a lo largo de la historia.

En el cuarto aniversario del Santuario de Serrano, bendijimos y colocamos en la Sala de Encuentro con el Padre Fundador, el cuadro de S. Vicente Pallotti. En nuestra mirada providencialista no existen las casualidades. Sin duda Dios y la Mater nos quieren regalar las gracias a través de su intercesión, para tomar conciencia de este tercer fin de nuestro Movimiento que siempre nos ha parecido un poco lejano e inalcanzable. Ahora tenemos sin duda la mejor ocasión para acercarnos a este gran santo, en tantas cosas precursor de Schoenstatt, e implorarle este espíritu de unidad y colaboración con los demás hermanos nuestros para llevar a cabo la misión de la Iglesia frente a las poderosas fuerzas descristianizadoras que están en marcha, no solo en España, sino en todo el Occidente cristiano. Como nos decían algunos de los que intervinieron en la manifestación del sábado, que nadie piense que hemos llegado a un final. La lucha no ha hecho mas que empezar y se necesita estar bien despierto.

Mercedes Soto
La hermosa profesión de la Educación

Tengo una hija que acaba de acabar el colegio. Sus resultados finales han sido excelentes: matricula de honor en el Bachillerato y sobresaliente en la Selectividad.
Desde muy jovencita se veía en ella una especial capacidad para comunicarse con los niños, quienes en muy poco tiempo llegan literalmente a adorarla, hecho del que ella con el tiempo, se ha ido haciendo plenamente consciente. Llegado el momento, después de considerar otras posibilidades, ha decidido cursar los estudios de educación infantil y psicopedagogía.

Cuando personas de su entorno familiar y de amistades, adultos y jóvenes se han ido enterando de su decisión, no ha recibido mas que reproches e intentos de convencerla para que “no desperdiciara su talento” en algo de tan poca categoría y de tan poca retribución económica. Ella, que gracias a Dios tiene mucha personalidad, siempre les ha contestado lo mismo: “no me interesan ni la ingeniería, ni la economía, ni llegar a ser directora de un banco o empresa. Lo que quiero es dedicarme a lo que considero que es mi vocación: la educación de los más pequeños”.

En este sencillo ejemplo tenemos un exponente de la mentalidad que hoy en día impregna hasta a las mejores personas a la hora de enfocar el futuro de sus hijos: tienes talento, pues entonces estudia para ocupar un puesto en el que ganes mucho dinero y con el que vivas muy bien. Mentalidad acorde con el gran vacío espiritual y de valores que impera hoy.

Vivimos en sociedades en donde lo económico prima sobre cualquier cosa. Nada importa la vocación personal y menos una como esta que nunca esta lo suficientemente bien pagada, y que implica el sacrificio de uno mismo al servicio del crecimiento y maduración de la persona en todas sus dimensiones. La excelencia intelectual, se piensa, no puede “desperdiciarse” en una cosa así. Eso esta para los mediocres y los que no puedan hacer otra cosa. Esta forma de pensar me parece terriblemente materialista y ofensiva para nuestros profesores y educadores y no es de extrañar que estas personas que cumplen tan fundamental papel para el futuro de nuestras sociedades se sientan tan poco apoyadas por ellas. Los numerosos casos de enfermedades psicológicas en este colectivo muestran claramente la falta de estima y despreocupación hacia sus personas de su entorno social.

Hoy en día donde la educación es el gran problema y debate que tenemos planteado, no podemos seguir pensando que las personas más brillantes no pueden dedicarse a la educación. Precisamente en la actualidad necesitamos más que nunca buenos y muy bien formados profesores de una gran talla personal y espiritual, pues los problemas que tienen que afrontar en las aulas son gigantescos y cada vez más complejos. La omisión de la tarea educativa de los padres en casa, las consecuencias en niños y jóvenes, muchas veces dramáticas, de las cada vez más frecuentes rupturas familiares, la indisciplina, la violencia y el comienzo de las diversas adicciones en edades cada vez mas tempranas y la integración en las aulas del creciente número de hijos de emigrantes que en muchos casos no comparten nuestra misma cultura, constituye, entre otros, inmensos desafíos a la hora de educar hoy.

Ante estos retos, es un suicidio de nuestras sociedades el no tener en la más alta estima a cuantos hoy en día se dedican a la educación, el no trasmitirles el pleno apoyo y consideración a su profesión y el no agradecer profundamente a cuantos en su día decidieron y hoy todavía deciden dedicarse a la hermosa pero sacrificadísima profesión de la educación.

Mercedes Soto Falcó
Conferencia en la Jornada Nacional de Dirigentes
Pozuelo de Alarcón, Madrid - 29 de octubre de 2005

P. Angel Lorenzo Strada

LA MANO EN EL PULSO DEL TIEMPO,
EL OIDO EN EL CORAZON DE DIOS.

Reflexiones sobre el carisma del Padre Fundador en el tiempo de hoy

“Ha llegado la hora de tu amor” es el lema que inspira nuestra Jornada nacional. Esta frase pertenece a una de las oraciones escritas por el Padre Fundador en el campo de concentración de Dachau. Expresa su convicción de que Dios es el Señor de la historia y guía los tiempos de los hombres y del mundo. Es El quien marca las horas de nuestra existencia. Por eso queremos vivir con lucidez este momento histórico, interpretarlo a la luz del querer de Dios y plasmarlo allí donde El nos ha querido colocar. En nuestra reflexión nos guiarán palabras del Padre Fundador que consideramos tienen el carácter de palabras proféticas. No porque adivinaron el futuro o desvelaron cosas ocultas sino porque fueron palabras iluminadas por el Espíritu Santo y se han mostrado fecundas en la apertura de caminos que conducen a vivir el evangelio de Jesucristo en medio de este mundo difícil y fascinante que nos toca vivir.

Para graduar correctamente las expectativas que podemos tener frente a esta profecía - y frente a esta conferencia - quiero citar palabras del gran pensador don Miguel de Unamuno: “Espero muy poco para el enriquecimiento del tesoro espiritual del género humano de aquellos hombres o de aquellos pueblos que, por pereza mental, por superficialidad, por cientificismo o por lo que sea, se apartan de las grandes y eternas inquietudes del corazón. Bueno, pero ¿qué soluciones traes? Y yo, para concluir les diré que si quieren soluciones que acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado siempre agitar y, a lo sumo, sugerir más que instruir. Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento” (Miguel de Unamuno, Ensayos, II, Madrid 1970, 374-375)

De las palabras del Padre Fundador no esperemos soluciones hechas ni recetas mágicas. No las tiene. Busquemos en ellas buena levadura, y con nuestro propio esfuerzo hagamos en casa el pan que precisamos. Esperemos de ellas grandes impulsos y muchas sugerencias. Pero nos toca a nosotros recorrer el camino que ellas nos indican. Hace ya más de sesenta años, en la noche del año nuevo de 1942 y en la soledad de una celda en la cárcel de Coblenza, él escribió la frase: “Un viejo mundo está en llamas, un nuevo mundo se avizora”. Las llamas del viejo mundo fueron vividas y sufridas dramáticamente por millones, el nuevo mundo fue avizorado por pocos. Las palabras del Padre Fundador conservan hoy plena vigencia. Hay mucho de mundo viejo en el mundo actual, detectarlo y luchar en contra pertenece a nuestro compromiso cristiano. Más todavía corresponde el estar atentos a todo lo que indica el amanecer de un mundo nuevo, promoverlo y reforzarlo.







A. La mano en el pulso del tiempo

1. Un mundo diferente

1.1 Cuatro hechos históricos
El mundo que vivió el Padre Kentenich es distinto del nuestro. Los mapas de su tiempo ya son artículo de museo, la configuración política y cultural es otra, la situación religiosa y moral tiene características muy diferentes. Se produjeron hechos y procesos históricos de enorme relevancia. Basta mirar hacia atrás y abarcar nada más que cuatro décadas para tomar conciencia de tales cambios.

Menciono cuatro hechos históricos de especial importancia:

1) La revuelta estudiantil de mayo de 1968, que comenzó en París y rápidamente se extendió a otros países. Su influjo cultural fue enorme. Muchos consideran que con ella comenzó la era postmoderna. No es casualidad que ocurre pocos meses antes de la muerte del Padre Fundador. Pocos días antes de morir, en septiembre, envía un mensaje a los schoenstattianos reunidos en la Asamblea de los católicos alemanes en la ciudad de Essen: “Alegres en la esperanza, seguros de la victoria, con María, hacia los tiempos más nuevos”.

2) La sorprendente caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y la incruenta desaparición del bloque soviético. El mundo que surgió después de la segunda guerra mundial fue un mundo bipolar, dominado por dos potencias - Estados Unidos y Rusia - y por dos sistemas sociopolíticos irreconciliables. A los años de guerra fría siguieron años de acercamiento, pero la lucha por el dominio del mundo se mantuvo y nunca se alejó totalmente el peligro de una tercera guerra mundial. Uno de los polos desaparece en 1989. Es el final de una utopía que desde 1917 había movilizado a millones de hombres con el ideal de la solidaridad y la igualdad. La caída del muro de Berlín despierta entusiasmos nuevos y da la impresión de que nos dirigimos hacia una era de paz y armonía universal.

3) El 11 de septiembre de 2001, día del ataque a las torres gemelas en Nueva York, pone fin a esas esperanzas, coloca en el centro de la atención mundial el problema del terrorismo y a Estados Unidos como potencia hegemónica. Siguen los atentados del 11 de marzo de 2004 (Madrid), 7 de julio (Londres) y 22 de julio de 2005 (Egipto)

La inmoral teoría de la guerra preventiva es uno de los justificativos de la guerra contra Irak. El combate contra “el eje del mal” divide al mundo entre “buenos y malos”, desplazando otros problemas tanto o más graves como el combate contra la pobreza y contra la injusticia social. Muchos advierten sobre el peligro de un “choque de civilizaciones” y surge con nitidez la necesidad del diálogo entre las diferentes religiones y culturas.

Violencia y terror hubo siempre. Lo nuevo es el poderío técnico, la capacidad de destruir vidas y de generar inseguridad y temor a nivel mundial, la exasperación de individuos y grupos dispuestos a morir, muchas veces motivados por el fanatismo religioso. Dios aparece entonces como un factor beligerante, es invocado por los terroristas y en su nombre se practica la violencia (así como también por quienes se oponen a ella o la ejercen de otra manera). Por eso José Samarago y muchos otros convocan a acabar con la idea de Dios para poder generar la paz.

Junto al problema del terrorismo subsiste la grave y silenciosa “violencia de la pobreza”, que condena a una vida inhumana a millones de seres humanos, causando muchas más víctimas mortales que el mismo terrorismo.

4) Abril de 2005 es otro mes clave en nuestra historia reciente. El sábado 2 de abril, poco después de las 21.30 h., fallece Juan Pablo II tras una larga enfermedad y un largísimo pontificado. Una sensación de profunda orfandad se extiende por todo el mundo. Durantes días y semanas los medios de comunicación no cesan de recordar su figura. El funeral en la plaza de San Pedro reúne a cientos de dirigentes mundiales y a millones de fieles, en especial de jóvenes, que quieren rendirle su último homenaje. Creyentes y no creyentes reconocen en él a una de las figuras más insignes de la humanidad en el siglo XX. Como pocos líderes mundiales gozó de una indiscutida autoridad moral, ganada por su absoluta coherencia de vida y su fidelidad entera a los ideales del Evangelio.

El domingo 24 de abril el cardenal Ratzinger inicia su ministerio con el nombre de Benedicto XVI. Elegido en un breve cónclave, no cabe dudas de que la voluntad de continuidad ha sido un factor preponderante. Influyen también su amistad con Juan Pablo II y su largo servicio al frente de la Congregación para la defensa de la fe, así como su notable capacidad intelectual y su conocimiento de las corrientes del pensamiento moderno. Tiene, sin embargo, otra biografía y otra personalidad que su antecesor. Sin delinear un programa, desde un inicio proclama que lo central en la Iglesia es el seguimiento incondicional de Jesucristo. Y que desea promover el diálogo ecuménico y el diálogo entre las diversas religiones. El encuentro mundial de la juventud en Colonia, en agosto pasado, es una multitudinaria celebración de la fe. Para quienes deseen profundizar en la personalidad de los dos pontífices y el momento actual de la Iglesia les recomiendo el libro de Olegario González de Cardedal, Ratzinger y Juan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios, Ed. Sígueme, Salamanca 2005.


Recordar estas fechas y estos procesos históricos nos hace tomar conciencia de que estamos inmersos en un mundo sometido a cambios profundos y universales. “Ha llegado la hora de tu amor” nos pone frente a nuevos desafíos. Pero si queremos ahondar el análisis de los signos de los tiempos tenemos que referirnos a tres fenómenos contemporáneos, sin los cuales no se comprende la hora actual. Analizarlos no significa tratarlos como objetos extraños a nosotros mismos. Porque el mundo actual es nuestro mundo, el único que nos toca vivir. El nos configura por dentro y por fuera. Somos hijos de esta hora histórica, a la vez que estamos llamados a ser padres y madres de ella. Porque estamos invitados a ser colaboradores del Dios de la historia. Nadie eligió el siglo y la tierra donde quería nacer. La Providencia nos ha colocado en esta hora, y nos convoca a creer que ha llegado la hora de invertir nuestro amor y nuestra responsabilidad.


1.2. Tres rasgos de un mundo diferente

1.2.1 Un mundo globalizado.
Los medios de comunicación han transformado al mundo en una “aldea global”. Cualquier suceso en un punto del planeta repercute inmediatamente en todas partes. El intercambio económico de bienes y de servicios y la circulación de capitales no conoce barreras y unifica mercados y necesidades. Los conflictos armados en una región corren peligro de transformarse en conflictos totales.

“Al mismo tiempo, en este mundo dividido y turbado por toda clase de conflictos, aumenta la convicción de una radical interdependencia, y por consiguiente, de una solidaridad necesaria, que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy quizás más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos. Desde el fondo de la angustia, del miedo y de los fenómenos de evasión como la droga, típicos del mundo contemporáneo, emerge la idea de que el bien, al cual estamos llamados todos, y la felicidad a la que aspiramos no se obtienen sin el esfuerzo y el empeño de todos sin excepción, con la consiguiente renuncia al propio egoísmo.” (Juan Pablo II, Carta apostólica “Preocupación por la cuestión social”, 30 diciembre 1987, 26)

En la “globalización asimétrica” se presenta el grave problema de la desigualdad. Es analizado por Zigmunt Bauman en su libro: Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Ed. Piados, Barcelona 2005. Plantea el tema de los residuos de la globalización y del proceso económico, así como el problema de las “poblaciones superfluas” (emigrantes, refugiados, etc.)

Mientras algunos temen la inevitable “guerra de las civilizaciones” (Huntington) otros buscan establecer principios de una ética mundial (Declaración de Chicago, septiembre 1993) o hablan de una “Alianza de civilizaciones” (Rodríguez Zapatero). Juan Pablo II en la Carta apostólica “Preocupación por la cuestión social” a fines de 1987 planteaba el modelo de una gran federación de naciones, cada una con su debida autonomía, al interior de una conciencia de interdependencia que se traduzca en efectiva solidaridad. Para lograrlo es necesaria una corriente mundial de solidaridad, unida al respeto a la libertad, según el modelo trinitario y en la fuerza de la conversión de los corazones (Sollicitudo rei socialis, 26 ss)

La globalización tiene muchos rostros y nada ni nadie escapa a este fenómeno imparable. La gran pregunta es cómo canalizarlo y hacerlo gobernable. Nos interesa especialmente una de sus dimensiones, la más central y decisiva: la globalización cultural. El título de uno de los recientes libros del politólogo francés Alain Touraine plantea la pregunta clave: “¿Podremos vivir juntos?. La discusión pendiente: el destino del hombre en la aldea global”.

Ya en 1948, cuando muy pocos detectaban este fenómeno, el Padre Kentenich se planteaba la misma pregunta y desde Nueva Helvecia escribía resaltando la velocidad y las consecuencias de este cambio:“Sólo aquel que recorre el mundo con ojos alertas sabe cuán grande es hoy este caos y cuál el progreso en la transmutación de todos los valores. a revolución espiritual ya es tan universal y tan rápida que, difícilmente, se sustrae a ella alguna forma de vida. La técnica moderna afecta de tal modo a los hombres, que su interdependencia de destinos aparece en una forma jamás vista hasta ahora en la historia del mundo. Todo empuja hacia una inaudita uniformidad y masificación, y casi de la noche a la mañana pone en el mismo plano las costumbres, los modos de pensar, los conceptos y la práctica de la vida, del negro en la choza solitaria y del hombre europeo refinado y culto. Nos precipitamos con ritmo acelerado hacia una cultura y civilización de la unidad. Se está desarrollando una imagen totalmente nueva del hombre y del mundo” (Carta de Nueva Helvecia, 1948. Se lo encuentra en los textos de la Jornada: Frente al rechazo de Dios... También en: P. Kentenich, Tiempo de cambio, Buenos Aires 1974, 80-81)

Pocos años más tarde, en una carta al Superior general de su comunidad, señala chances y peligros. Y plantea la pregunta de fondo: este nuevo mundo globalizado ¿llevará los rasgos del rostro de Cristo o será propiedad del demonio?. “El pensamiento de la unidad entre los pueblos y la recíproca influencia se ha tornado demasiado fuerte como para volver atrás. A causa de los modernos medios de la técnica se eliminan todas las distancias. A pesar de la insistencia a favor de una fuerte nacionalización los intereses de los pueblos están tan entrelazados que las naciones en forma espontánea asumen a continentes en su propio destino. Corrientes espirituales por medio de miles y miles de canales inundan sin obstáculos la tierra entera y llegan hasta las chozas más alejadas. Desde la construcción de la torre de Babel no se había producido un tal apremiante impulso, pero tampoco tales posibilidades y ocasiones para que el mundo sea y se experimente como unidad. ¿Quién será el señor de este nuevo mundo y de este nuevo tiempo?. Ambas expresiones: “cuerpo místico de Cristo” y “Cuerpo diabólico”, vistas a la luz de este trasfondo histórico, reciben un profundo, un conmovedor sentido”. (P. Kentenich, Carta al Padre Turowski, 8 de diciembre de 1952)

La globalización plantea un desafío muy concreto y nada fácil: la educación de una persona afirmada en su propia identidad y, a la vez, abierta a ser complementada por otras modalidades. La debilidad en la propia identidad lleva a la inseguridad y al aislamiento. O bien a la rigidez de los fundamentalismos (de paso: otro actual fenómeno polifacético y que merecería una detenida reflexión). Cuando esa debilidad se disfraza y aparenta fortaleza cae con frecuencia en exclusiones y en posturas dictatoriales. Estos mismos fenómenos se dan a nivel de grupos sociales y de pueblos. La ingenua glorificación de lo propio, la sobre valoración de las bondades de la cultura autóctona y la miopía para ver sus limitaciones, el intento de cerrar fronteras para impedir un contagio nocivo, la exclusión de lo que es diferente, la crítica indiscriminada a lo que viene de afuera, son algunas de las actitudes posibles. En el otro extremo se ubica la desvalorización de lo propio, la aceptación de otras modalidades simplemente porque vienen de afuera, el copiar y dejarse fascinar por lo diferente. La pregunta clave es cómo construir la unidad sin caer en la unificación, cómo lograr conciencia de pertenencia común sin nivelar ni masificar. En la “aldea global”que está surgiendo ¿habrá lugar para todos los hombres y todas las culturas? Para habitar en ella ¿será necesario renunciar a la originalidad propia y adoptar modos de vida válidos para todos y decretados por alguna cultura imperante?. La “aldea global” necesita de ciudadanos libres, dispuestos a mantener lo propio y a entrar en la fecunda dinámica constructora de personalidades y de culturas: dar y recibir, complementar y ser complementado.


1.2.2 Un mundo postmoderno.

El postmodernismo es otro fenómeno que ha transformado el mapa cultural del mundo actual. Es una nueva postura anímica y mental ante la realidad.

La cultura moderna optó por el racionalismo, la voluntad emancipadora, el progreso científico-técnico y se dejó llevar por la creencia en un progreso histórico ininterrumpido. A ella le ha sucedido el desencanto, el aburrimiento y la falta de horizontes. Hoy se prefiere disfrutar del presente. La desmovilización del espacio público y la huida a lo privado caracterizan la nueva cultura. Una publicidad de Martini Bianco en una revista de deportes tipifica muy bien la actitud del postmodernismo:“Antes pasabas horas tratando de arreglar el mundo, hoy sabes que lo importante es disfrutarlo. Tómate tu tiempo, tómate un Martini”. En algunos países europeos de gran prosperidad se hace propaganda a estos objetivos: cuidar la salud, desprenderse de los complejos y esperar las próximas vacaciones.

El pensador español Enrique Rojas en su libro: El hombre ligth, una vida sin valores, Madrid 1992, caracteriza con cuatro notas el fenómeno postmoderno: hedonismo, consumismo, permisividad, relatividad.

Vicente Verdú señala con agudeza rasgos distintivos del hombre postmoderno:

“El hombre del siglo XXI será cada vez más un modelo mestizo, rico en identidades y de pertenencias múltiples. En el supermercado mundial de la cultura escogerá los artículos diversos según su humor, sus valores y sus creencias y lo hará no de una vez por todas, sino que su vida, como en otros aspectos (laborales, románticos, residenciales) irá desplegándose como un exuberante bricolaje. A principios del siglo XX se hablaba de la identidad como del algo bien “forjado”... hoy ser habla de la conveniencia de un “yo flexible” apto para circular mejor y acoplarse sin tropiezos a las circunstancias vigentes.

Un hombre o una mujer posmodernos son, así, como los muebles modulares conformados a partir de elementos de distintas piezas y cuya mayor ventaja es la disponibilidad para el ensamble o el despiece veloz. Un ser sin demasiados atributos fijos, disponibles como un Lego, hecho de muchas sangres y avatares, listo para la discontinua vicisitud de la ficción. Vulnerable ante las realidades únicas, pero óptimo para las alianzas volubles y la obligada plasticidad del corazón” (Vicente Verdú, El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción, Anagrama, Barcelona 2003, 190-192)

El cardenal argentino Jorge Bergoglio analiza las consecuencias socio-culturales de esta nueva situación: “Muchas de las certezas básicas que sirven de apoyo a la construcción histórica se han diluido, caído o desgastado. La patria, la revolución, incluso la solidaridad, tienden a ser vistas con curiosidad, burla o escepticismo. La pérdida de las certezas alcanza también a los fundamentos de la persona, la familia y la fe. Esta caída de las certezas, de pérdida de referencias, es de carácter global, se da a nivel mundial, constituyéndose en una nueva certeza del pensamiento contemporáneo. Aquí entroncamos con la crisis de la modernidad y los cuestionamientos a la razón. El desencanto frente a las promesas de la modernidad ha provocado el surgimiento de múltiples verdades y sentidos fragmentarios, parciales, particulares y desarraigados. Un pensamiento que se mueve en lo relativo y lo ambiguo, en lo fragmentario y lo múltiple, constituye el talante que tiñe no sólo la filosofía y los saberes académicos sino también la cultura “de la calle”. Es la época del pensamiento débil” (Card. Bergoglio, La Nación por construir. Utopía–pensamiento– compromiso, 26 junio 2005, 8ª. Jornada de pastoral social de la Arquidioc. de Buenos Aires)

El politólogo polaco Zygmunt Bauman señala distintos malestares de esta nueva cultura: “No es la presión abrumadora de un ideal a cuya altura no puede estar lo que atormenta a los hombres y mujeres contemporáneos, sino la falta de ideales: la escasez de recetas claras para una vida decorosa, de puntos de orientación fijos y constantes, de un destino previsible para el itinerario de la vida. La depresión mental —un sentimiento de propia impotencia, de incapacidad de actuar y, en especial, de incapacidad de actuar racionalmente, de inadecuación a las tareas de la vida— se convierte en el malestar emblemático de nuestra época moderna tardía o postmoderna. Impotencia, inadecuación: éstos son los nombres del malestar tardomoderno, postmodernos . No es el miedo a la no conformidad, sino la imposibilidad de conformarse. No es el horror a la trasgresión, sino el terror a lo ilimitado. No son unas exigencias de trascender nuestra capacidad de actuar, sino unos desordenados actos en una vana búsqueda de un itinerario permanente y continuo” (Zygmunt Bauman, La sociedad individualizada, Madrid 2001, 56)

También Vicente Verdú analiza los malestares de la esta cultura:
“A la lucha de clases ha sucedido la lucha por ser yo, y a la pugna por la revolución ha continuado el afán por ser uno mismo. La clave no se investiga en los males de la organización social sino en la novela psicológica de la vida privada, mientras la esperanza pasa de la revolución a los ansiolíticos, anfetaminas o el citalopram”.
(Vicente Verdú, El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción, Anagrama, Barcelona 2003, 20 2)

El teólogo español Angel Castiñeira analiza el postmodernismo en su repercusión religiosa: “Un mundo fragmentado y mucho más complejo, un relativismo cultural que rehúsa toda creencia, toda estabilidad o toda autoridad que pretenda, en nombre de la razón, llegar a ser un punto de referencia o de acuerdo general. El desencanto de la razón, la aceptación de la pérdida de fundamento, el rechazo de los grandes relatos, la pérdida de temple de la historia, la estetización general de la vida hacen que esta misma crisis de la modernidad colabore de firme, por un lado, en un insospechado resurgimiento religioso y, por otro, aunque parezca una contradicción, a hacer impermeable una vez más el mensaje evangélico...” (Angel Castiñeira, La experiencia de Dios en la postmodernidad, PPC ed., Madrid 1992, 16)

Los títulos de libros de diversos autores también son decidores:
Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona 1986
G. Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama, Bcn. 1994
Gianni Vattimo, La sociedad transparente, Barcelona, 1990

En la cultura postmoderna ninguna ideología política entusiasma, no hay ídolos y tampoco tabúes, no hay un proyecto
histórico movilizador, se rechazan los grandes relatos. Lo importante es el propio yo y el aprovechamiento de lo que me hace feliz. De una civilización marcada por el “pienso, luego existo” hemos pasado a una dominada por el “siento, luego existo”. Se ha perdido el encantamiento de tiempos pasados generado por la civilización científico-técnica, por el pensar exacto y la voluntad de producción y hoy se da rienda libre al sentimiento, a las necesidades subjetivas, a gozar el instante. La razón quedó destronada, su lugar lo ocupa “el pensamiento débil”. En un subte de Madrid alguien escribió: “la sabiduría me persigue, pero yo corro más rápido”... No se reconocen imperativos categóricos en el orden ético, muchos se deciden por un nihilismo sin tragedia y optan por un vagabundeo en creencias y convicciones. El hedonismo y la permisividad se escriben con mayúscula. Hoy estamos ante una situación paradójica: el rechazo de vínculos profundos y compromisos duraderos corre parejo a una profunda nostalgia por ellos. No podemos extendernos en el tratamiento de este tema. La literatura que existe al respecto es abundante. Autores como Gianni Vatimo, Jean-Francois Lyotard, Gilles Lipovetsky, Angel Castiñeira, Enrique Rojas, se han ocupado del tema iluminándolo desde distintos ángulos.

Me interesa destacar algunos de los desafíos pedagógicos planteados por este nuevo paradigma cultural. Uno de ellos es la necesidad de educar por medio de vivencias. La transmisión de conocimientos y la búsqueda de la verdad objetiva siempre será un valor irrenunciable. Pero hoy, como nunca antes, el hombre se mueve por sentimientos y por necesidades subjetivas. Ganar el corazón del educando es la llave del éxito pedagógico.

Ganarlo exige recorrer un camino arduo, y este es el segundo desafío. Los procesos de maduración son tardíos, llenos de marchas y contramarchas, a veces un tanto caóticos. La paciencia pedagógica, el respeto al tiempo personal de crecimiento del educando, la aceptación de sus crisis y de sus búsquedas a tientas, son algunos de los imperativos de la educación del hombre postmoderno.

1. 2. 3. Un mundo pluralista.

El pluralismo religioso-moral es otro de los signos relevantes de nuestro tiempo. El ateísmo militante proclamado por el marxismo ha quedado atrás, lo mismo que el ateísmo tranquilo de corrientes científicas-técnicas. Pero también ha quedado atrás el “régimen de cristiandad” caracterizado por un ambiente cultural donde valores y normas de la Iglesia católica eran reconocidos por todos y regían la atmósfera pública. La autoridad civil colaboraba para que fuera así. La Iglesia era la única autoridad en materia religiosa y moral, y al menos se daba un acatamiento externo a esta realidad. Para poner un ejemplo concreto: la indisolubilidad del vínculo matrimonial proclamado por la moral católica estaba reforzado por el hecho de que la pareja que se separaba se descalificaba socialmente. Lo mismo ocurría con la chica que afirmaba tener relaciones sexuales prematrimoniales, en muchos ambientes era sinónimo de ser “mala chica”. Esta simbiosis se ha roto (con todas las ventajas y desventajas de tal ruptura...). El ser cristiano simplemente por el hecho de pertenecer a una sociedad cristiana ha sido reemplazado por el ser cristiano por opción personal. Y la vivencia de esta opción se desarrolla en medio de una sociedad donde existen decenas de otras opciones, tanto en la fe religiosa como en el orden ético.
El pensador argentino Víctor Massuh en uno de sus últimos libros describe de esta manera el pluralismo religioso: “Ya no asistimos a un solo supermercado de lo divino sino a una multitud de tiendas - algunas lujosas- que ofrecen mercancías salvíficas: escuelas de meditación, gurúes, pastores, cultos orientales, disciplinas yogas, asambleas evangélicas, centros budistas, logias, rituales mágicos y tribales, Hare Krishna, shamanes, milagreros, panteístas, telepredicadores, fundamentalistas, buscadores profanos de la experiencia mística. A esta lista precaria habría que agregar los que buscan la iluminación por los atajos de la droga. ¿Esta nutrida feria de lo Absoluto representa una riqueza de la vida religiosa o su empobrecimiento?” (Cara y contracara ¿una civilización a la deriva?, Buenos Aires 1999, 30)

La “nutrida feria de lo Absoluto” da razón a aquella afirmación de Chesterton: “Desde que los hombres dejaron de creer en Dios no es que no crean en nada, ahora creen en todo”.

Las sucesivas sospechas contra la fe:
Dios se opone a la grandeza y dignidad del hombre (Ilustración)
Dios se opone al progreso y a la ciencia (Augusto Compte)
Dios se opone a la verdad del hombre, es un fantasma creado por el hombre alienado (Fuerbach)
Dios se opone a la liberación de los oprimidos, de los proletarios (Marx)
Dios se opone al placer de la vida, a la felicidad (Nietzsche)
Dios se opone a la salud psíquica porque es residuo de una infancia no madurada, de una neurosis infantil colectiva (Freud)
(De Olegario González de Cardedal, Dios, Ed. Sígueme, Salamanca 2004, 259 ss)

El pluralismo en el plano socio-político

Hoy se presenta el grave problema de la “democracia vacía”: una democracia con división de poderes, libertad de prensa, elecciones, partidos políticos diversos, etc. Pero carente de valores que la sustenten, falta de consensos sociales en las grandes cuestiones que hacen a una sociedad. El Cardenal Ratzinger, pocos días antes de ser elegido Papa, denunció la “dictadura del relativismo” como uno de los peores males de nuestra época. Para muchos pareciera que mientras no se generalice la moral anoréxica, una moral debilitada y sin fuerzas que rehuya invocar los valores, la democracia siempre estará amenazada e insegura. Porque lo decisivo es ofrecer a todos espacio abierto para las más disímiles opciones. Sería la única manera de escapar de la cárcel del dogmatismo, el fundamentalismo, etc.

“El concepto moderno de democracia parece estar indisolublemente unido con el relativismo, que se presenta como la verdadera garantía de la libertad” (Card. Ratzinger, Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista, ed. Rialp, Madrid 2005, 84)

Existe un pluralismo necesario y legítimo. Porque en toda sociedad existen intereses diferentes, opiniones y convicciones variadas. La gestión del bien común no puede ser unívoca y uniformada. Una señal de sanidad de un cuerpo social es justamente la unidad en la diversidad. Pero también existe un pluralismo que fragmenta y divide, lleva a la pérdida de los consensos fundamentales para constituirse como cuerpo social. Ortega y Gasset afirmaba que lo más importante en una nación son las “cosas consabidas”, es decir, las cosas que todos saben que todos las saben, las cosas que son afirmadas en común. Bertrand Russell escribió en su libro Sociedad humana: ética y política: "En cada comunidad ,incluso en la tripulación de un barco pirata, hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones loables y acciones reprobables. Un pirata tiene que mostrar valor en el combate y justicia en el reparto del botín. Si no lo hace así, no es un buen pirata. Cuando un hombre pertenece a una comunidad más grande, el alcance de sus obligaciones y prohibiciones se hace más grande: siempre hay un código al cual se ha de ajustar bajo pena de deshonra pública".

A esta necesidad de valores afirmados en común alude también el politólogo Bauman: “«Sociedad» es el nombre del acuerdo y de la participación, pero también del poder que confiere dignidad a lo que se ha acordado y es compartido. “Vivir en sociedad” —acordar, compartir y respetar lo que compartimos— es la única receta que hay para vivir felices (aunque no para siempre jamás.)

Todas las sociedades son fábricas de significados. Son más que eso en realidad: nada menos que los semilleros de la vida con sentido. Su servicio es indispensable. Aristóteles observó que un ser solitario fuera de la polis sólo puede ser un ángel o un animal; no es sorprendente, podemos decir, ya que el primero es inmortal y el segundo inconsciente de su mortalidad. El sometimiento a la sociedad, como señala Durkheim, es una «experiencia liberadora», la condición misma de la liberación «respecto de unas fuerzas físicas ciegas, irreflexivas».”
(Zigmunt Bauman, La sociedad individualizada, Madrid 2001, Ed. Cátedra, 12)

Con la experiencia de la orfandad y el desarraigo, las mujeres y los hombres pierden sus puntos de referencia con su lugar y con su tiempo, las raíces desde las cuales se paran y miran su realidad. Surge el relativismo como horizonte de la convivencia social y del quehacer político.

La pérdida de las certezas nos pone frente a un grave desafío sociopolítico. Este desafío, según Juan Pablo II, “es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, «si no existe una verdad última –que guíe y oriente la acción política-, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto»” (Veritatis Splendor 101; cita de Centesimus annus, 46).

“Sólo a quien tenga raíces de identidad le nacerán alas de libertad”, afirma el gran teólogo español Olegario González de Cardedal en su libro: España por pensar. Ciudadanía española y confesión católica, Salamanca 1985, 396. Es preciso afirmar la propia identidad con lucidez y claridad. Cuando ella es auténtica y fuerte es también capaz de abrirse a otras identidades, sin temer perder lo propio. En la medida que soy puedo ser con otros y para otros. Nadie puede ser parte del mundo sin estar firmemente plantado en un lugar concreto de ese mundo.

“En todos los puntos del orbe cada ser humano se enfrenta a costumbres, tradiciones y concepciones ajenas a la propia, lo cual impacta directamente en la toma de conciencia de nuestras diferencias, o sea, de nuestra identidad. (...) Se es gracias al grupo social al cual se pertenece, por ello la identidad se determina a partir de valores compartidos. No decidimos por nosotros mismos quiénes somos, lo hacemos a partir de la interacción social, de la lucha y del reconocimiento de nuestra existencia por parte de otros. (...) Somos el resultado de colapsos políticos y al mismo tiempo de reacciones de defensa, de revancha, de pactos económicos, de ajustes de cuenta históricos, de la toma de conciencia de los pueblos, de quienes son y de su identidad."
(Jorge Lanatta, ADN. Mapa genético de los defectos argentinos, ed. Planeta, Buenos Aires 2004, 15-17)

Emmanuel Mounier señala de que la construcción de la propia personalidad así como el de la sociedad no es posible en la indefinición de la apertura a todo lo posible sino que requiere opciones libres y concretas.
"Obrar es elegir, y en consecuencia, dividir, zanjar, cortar por lo sano y, al mismo tiempo, adoptar, rehusar, rechazar. Como dice Nedoncelle, hay crisis de vivienda en el mundo de la libertad. Sobrevive una mentalidad infantil en esas individualidades demasiado desbordantes que nada quieren excluir ni a nadie quieren mortificar, que llaman comprensión a su incapacidad para seleccionar y amplitud a la confusión que resulta de ello. Edificar es sacrificar" (Mounier, El personalismo, Buenos Aires 1978, 34)

En 1952, hace más de cincuenta años, el Padre. Kentenich escribió en una carta dirigida al que era su superior general, el Padre Turowski: “Por todas partes se topa el cristiano actual con el no cristiano. Por todas partes, ambos se debaten en cuestionamientos de carácter existencial. Ya no hay murallas chinas que separen el espacio físico y espiritual de las diferentes cosmovisiones. Una cultura universal, como una gigantesca red, abarca pueblos y naciones en forma creciente y casi incontenible. Ella acerca, querámoslo o no, los unos a los otros y, sin excepción, los hace dependientes unos de otros. Desaparecen las distancias. los valores propios y peculiares, a no ser que estén arraigados de un modo extraordinario, son barridos en un solo momento”. (Padre Kentenich, Desafíos de nuestro tiempo, Santiago de Chile 1986, 57)

En esa misma carta, el Padre Kentenich denomina a esto “cristianismo de diáspora”, es decir, la fe católica profesada sólo por una minoría y carente de una red de apoyo de formas, normas y sanciones sociales. Señala asimismo con gran claridad los desafíos pedagógicos planteados por esta nueva situación: “El cristianismo de diáspora actual, el que viviremos mañana y pasado mañana, posee cuatro propiedades que le son características, las cuales deben tomarse en cuenta y ser consideradas por todos aquellos que se dedican a la educación y conducción de los individuos y de los pueblos. Este tipo de cristianismo, a diferencia del anterior, es más acentuadamente un cristianismo de elección (o de decisión personal) y un cristianismo del amor y no del temor; es un cristianismo que acentúa más intensamente el espíritu de conquista y, por último, es un cristianismo laical.” (Padre Kentenich, Desafíos de nuestro tiempo, Santiago de Chile 1986, 59). Cada una de estas cuatro características merecería una consideración especial.

2. Un diagnóstico central.
Los hechos históricos y los tres fenómenos culturales analizados anteriormente configuran una nueva situación.

Comparto con ustedes la reacción de una periodista argentina a un artículo titulado: “Madre, ¿hay una sola?”, publicado en el diario La Nación, domingo 16 de octubre 2005. El subtítulo del artículo: “Algunos dicen que el deseo de ser madre es inherente a la mujer. Otros, que se trata de una construcción cultural. Los cambios sociales invitan a preguntarse: ¿qué define hoy la maternidad?”

Y la reflexión de la periodista en el Email que me envía:
“No es la primera vez que leo sobre si el instinto maternal existe o es una pauta cultural impuesta. Es cierto que es la mujer la que gesta en su cuerpo a la persona por nacer. Sin embargo, hoy el tema se ha complicado. ¿Condenar y cerrarse a la realidad de hoy o tratar de analizarla sin prejuicios, pero sí con idea clara de cuáles valores son inalienables de la persona humana?
Estas cuestiones me dejan perpleja y a partir de ahí se extienden los interrogantes.
Recordándolo con mucho afecto, N.N.

En otro Email me envía un segundo artículo, también publicado en el diario La Nación. Se titula: “El gran debate: gays, paternidad y adopción”
La reacción de la periodista: “Otra cuestión que me supera. Visceralmente me surge el NO más rotundo. Sin embargo, es un tema que está. Hay que tratarlo. ¿Cómo se lleva el mensaje del Evangelio a esta realidad? Perdóneme, pero redoblo la pregunta ¿se puede?
Este mundo siglo XXI me enreda las ideas. Con todo afecto, N.N”

El siglo XXI enreda las ideas porque es un tiempo de cambio y de revolución en el orden del ser, afirma el Padre Kentenich. El hombre ha perdido el centro de gravedad, Dios, y por eso la confusión y el desorden. De una “conmoción de fundamentos” habla Olegario Gonzalez de Cardedal. La “modernidad líquida” es el diagnóstico de Zigmunt Bauman. La era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por que sólida? Porque los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo, duran. En cambio los sólidos son informes y se transforman constantemente, fluyen... La disolución de los sólidos es el rasgo permanente de esta fase. Los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad líquida, son los vínculos entre las acciones individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como sólido el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo. “En la actualidad las pautas y configuraciones ya no están “determinadas” y no resultan “autoevidentes” de ningún modo; hay demasiadas, chocan entre sí y sus mandatos se contradicen, de manera que cada una de esas pautas y configuraciones ha sido despojada de su poder coercitivo o estimulante. Y además su naturaleza ha cambiado, por lo cual han sido reclasificadas en consecuencia: como ítem del inventario de tareas individuales”
(Zigmunt Baumann, Modernidad líquida, Fondo de cultura económica, Buenos Aires 2004, 13)
B. El oído en el corazón de Dios

1. Tres actitudes

1.1 El sí al momento histórico

La globalización, el postmodernismo y el pluralismo configuran rasgos centrales de la coyuntura histórica que nos toca vivir y protagonizar. En ellos podemos avizorar signos del nuevo mundo que está surgiendo. Para captarlos y dar una respuesta según el querer de Dios es fundamental la actitud de apertura y de aceptación de la realidad. Colocar la mano en el pulso del tiempo, como lo hizo del Padre Fundador, exige un ánimo de asumirlo tal como es, es decir, con sus luces y en sus sombras, sus virtudes y sus defectos.

Decirle sí al momento histórico donde la divina providencia nos ha colocado se expresa en la actitud vital de no querer cambiarlo por un pasado que ya fue ni tampoco por un futuro que aún no es. Ni la queja por lo perdido ni la ilusión por lo que podría ser sino que la serena disposición a aprovechar todas las chances que la realidad ofrece es la mejor postura, la más fecunda y sana. Los esquemas blancos-negros para juzgar la historia - personal y social - no sirven porque no respetan la realidad en sus multicolores manifestaciones. Es preciso evitar la tentación de querer volver al pasado, al cual con frecuencia se lo glorifica sobrevalorando sus aciertos y callando sus limitaciones y errores. No todo lo pasado, simplemente por ser pasado, es mejor que lo actual. Tampoco corresponde a una visión providencialista la glorificación del presente, el cual siempre exigirá un sabio discernimiento para separar el trigo de la cizaña. Es ingenuo creer que en algún momento de la historia - pasada, presente o futura - sólo existió, existe o existirá trigo bueno y abundante. Es injusto creer lo contrario: que la cizaña siempre dominó o dominará el campo de la historia de los hombres. La enseñanza del evangelio es otra: el corazón del hombre, todas sus obras y realizaciones históricas son tierra donde inevitablemente se mezclan trigo y cizaña, es preciso cuidar del trigo porque es lo que permanece como buen fruto.

Al realismo histórico del Padre Kentenich pertenece la aceptación del momento histórico. En octubre de 1934, cuando la dictadura de Hitler ya se hacía sentir en todo su peso, predicaba en un retiro para sacerdotes: "Tenemos que estar especialmente agradecidos por poder trabajar en un tiempo que está tan terriblemente revuelto.¡ No miremos el desorden sino lo que Dios quiere con esto! ¡Cuántos poderosos impulsos recibimos a través del tiempo! Reflexionen en el envejecimiento y parálisis que sufriríamos si no tuviéramos la vida, los vientos tempestuosos de la vida que nos mantienen siempre vivos. ¡Agradezcamos de corazón!". (José Kentenich, Vollkommene Lebensfreude, Vallendar 1964, 313). Gratitud por el tiempo actual, gratitud por los tempestuosos vientos de la vida que nos mantienen vivos y jóvenes, descubrir el deseo de Dios precisamente en el desorden y los tiempos revueltos, este es el lenguaje de un profeta que no se quedó detenido en el pasado ni tampoco se deja encandilar por las vagas luces de un futuro que por decreto debería ser mejor. El Padre Kentenich no demoniza el tiempo presente, no canoniza el tiempo pasado, no pinta de rosa el tiempo futuro. Es un realista histórico.

1.2 Con espíritu profético

“Cuando los vientos arrecian, algunos construyen muros para frenarlos, otros construyen molinos para aprovecharlos”. Este proverbio chino contiene mucha sabiduría. Sin duda que hoy los vientos históricos arrecian, sin duda hay que construir algunos muros de protección. Pero lo decisivo es utilizarlos como centrales de energía y dejarse impulsar por ellos.

El Padre Fundador sabe que cada tiempo tiene sus dones y sus tareas propias. Y, por lo mismo, requiere personas y comunidades dispuestas a colaborar con el Dios de la historia. En el anteriormente citado retiro a los sacerdotes los instaba a romper con toda estrechez de miras, a no quedarse en la protesta y a no resignarse frente a las enormes dificultades. Hay que invertir las fuerzas, hay que construir un mundo diferente allí donde se está: “Por lo tanto, ¡afuera también con la estrechez de miras y con la miopía! ¡De nada nos servirán!¡Están fuera de lugar frente a las necesidades del tiempo, al cambio de época! Tenemos que colaborar en la gestación de una nación ideal, de un mundo nuevo en el cual se movilicen fuerzas genuinamente católicas. ¡Esta sería la correcta ofensiva política! Podemos protestar, ese puede ser nuestro derecho, siempre y cuando no sea desmesurada. ¡Pero no nos detengamos en eso! ¡No bajemos los brazos sin energía y cansados! ¡No! ¡Hay que crear un oasis y cada unos de nosotros puede hacerlo! La comunidad de mi parroquia está formada por familias individuales, ante mí se halla el grupo parroquial. ¡Nosotros somos realmente conductores del pueblo! Voy a escuchar atentamente lo que me dice el tiempo, qué corrientes resuenan, lo que Dios quiere que se plasme de manera especial, y así también construyo mi pequeña nación ideal” (ib., 33-34).

El Padre Kentenich afirma que tiempos de cambio requieren un determinado tipo de educador, el educador profético: “Por favor, no piensen que me refiero a alguien que tenga visiones o cosas por el estilo. Por “educador profético” entiendo un pastor o educador plenamente convencido de su misión, entusiasmado por Dios y portador de lo divino, al punto de encarnarlo hasta la médula de los huesos, y que vive en y a partir del tiempo que le toca vivir” (Pedagogía para educadores católicos. Jornada pedagógica 1950, Bs. Aires 1994, 87)

Años más tarde, estando ya en Milwaukee, amplía aún más esta visión y la define como requerimiento del tiempo de cambio válido para todo cristiano: "Se trata de un tipo de cristiano que se caracteriza por estar poseído por el amor a Dios, a los hombres, al tiempo y a la misión y que ha roto con una forma de vida y de trabajo burguesa y tranquila, la que se contenta con el mero cumplimiento del deber y con el atenerse a las formas" (Chroniknotizen 1957)

Lo profético está constituido por dos polos inseparables: la pasión por Dios y la pasión por el momento histórico. Estar poseído por Dios y por la misión que El ha confiado es mucho más que creer en su existencia, dirigirle algunas oraciones y recibir algún sacramento. Vivir en el tiempo y del tiempo es mucho más que leer los diarios, mirar algunos noticieros en la televisión y tener alguna opinión sobre algún tema de actualidad. ¿Cuales son los signos de los tiempos que más influyen en mi vida cotidiana? ¿A cual de ellos intento dar respuesta? ¿Cuales son los valores emergentes que quiero promover, cuales son los antivalores a los que me opongo?. Estas preguntas, y muchas otras semejantes, deberían ocupar un lugar central en la evaluación de nuestra vivencia personal y comunitaria. Y en las reuniones y jornadas de reflexión deberían ser tema prioritario. A estos temas vale la pena dedicar tiempo y fuerzas.

1.3 Sin miedos y con espíritu creador

“¡No tengan miedo!” fue un reiterado pedido del Papa Juan Pablo II. Se hacía eco de palabras de Jesucristo a sus apóstoles. En el inicio del tercer milenio el Santo Padre reiteró su llamado: “’¡Duc in altum!’. Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro...¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo”
(Carta apostólica “El nuevo milenio”, 6 enero 2001, 1 y 58)

El mismo espíritu de confianza y de audacia vibra en las palabras del Padre Fundador: “No pertenecemos a los que paralizados por todas las catástrofes que están ante nosotros, oprimidos por la inseguridad, dicen: no queda otra cosa que dejar que esto corra, no hay nada que hacer. ¿No hemos aprendido de san Agustín la sabiduría: "Haz lo que puedas y el resto pídelo a Dios"? Por eso, no meter las manos en los bolsillos, cuidar nuestra salud y dejar pasar todo. No tenemos que decir conformistamente: ¡el pueblo va de todos modos a la ruina y luego, además, pensar que todavía somos religiosos! No, ¡haz lo que puedas! En nuestro actuar, orientarnos por el orden de ser y el éxito dejárselo a Dios. Es necesario acentuar la célula pequeña, el grupo que, históricamente, ha sido el origen de las revoluciones pero, también, de los grandes movimientos de renovación...” (José Kentenich, Jornada pedagógica 1950. Ver los textos de la jornada)

El lema “Ha llegado la hora de tu amor” indica que se espera una respuesta. Contiene un llamado. Y recuerda que esa hora es la única hora de la que disponemos. Este momento histórico, y no otro, nos ha sido confiado. En él tenemos que invertir nuestra responsabilidad y nuestro amor. De él se nos pedirá cuentas al final de nuestra existencia. En él tenemos que multiplicar los talentos recibidos. El miedo y la pereza pueden llevarnos a enterrar los muchos o los pocos talentos. Seríamos entonces siervos inútiles. El Señor espera otra cosa. Nos ha invitado a producir frutos en abundancia y desea la multiplicación de los talentos que nos ha dado.

2. Una estrategia

2.1 Creación de personalidades libres y autónomas

El sí a un tiempo de cambio no basta. Es preciso buscar y encontrar un norte para los caminos a recorrer en su conformación. No se trata de contar con recetas hechas o fórmulas mágicas sino de tener objetivos claros a alcanzar. Los modos pueden ser muy variados y necesariamente deben ser flexibles. No se olviden que no se trata de tener un pan hecho sino de disponer de levadura para hacerlo con las propias manos.

Cuando el Padre Kentenich coloca la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios resume en dos palabras lo que él concibe como respuesta: personalización y familiarización. Son dos palabras claves en su profecía. La primera se la encuentra hoy, escrita en mayúscula, en casi todos los programas pedagógicos. La segunda es menos frecuente. Con “familiarización” alude a la importancia prioritaria de la familia y, en segundo lugar, a la necesidad de que todos los ambientes y estructuras sociales se orienten por el paradigma familia y de alguna manera, según los fines y la modalidad propia, procuren realizarlo. El norte que debe guiar todos los esfuerzos lo sitúa el Padre Kentenich en la educación de personalidades libres y fuertes, así como de comunidades que tengan las características propias de una familia. Todo lo que se haga por poner la educación al servicio del proceso de personalización del educando será un aporte al nuevo mundo. Y todo lo que se haga por fortalecer la familia y por dar índole y carácter familiar a los grupos sociales, a las instituciones laborales, económicas, políticas... será otro aporte imprescindible.

En la base de este programa se encuentra la educación de personalidades libres y autónomas. “Desde la cuna” fue mi idea predilecta, afirma el Padre Kentenich. Sabemos que desde los inicios de su quehacer pedagógico en 1912 fue éste el programa central del Padre Kentenich. Su gran visión es la formación del hombre nuevo en la comunidad nueva. Este es el sueño de su vida. Lo describe en forma concisa: "La nueva comunidad se caracteriza así: es la comunidad perfecta basada en personalidades perfectas, ambas impulsadas por la fuerza fundamental y elemental del amor. El hombre nuevo es la personalidad autónoma, de una gran interioridad, con una voluntad y disposición permanente de decisión, responsable ante su propia conciencia e interiormente libre, que se aleja tanto de una rígida esclavitud a las formas como de una arbitrariedad que no conoce normas". (Mi filosofía de la educación, Santiago de Chile 1985, 13-14).

En este programa no está solo. Buenos conocedores de la realidad actual plantean metas similares. El politólogo polaco Zigmunt Bauman escribe: “La tarea impuesta a los humanos de hoy es esencialmente la misma que les fue impuesta desde los comienzos de la modernidad: autoconstituir su vida individual y tejer redes de vínculos con otros individuos autoconstituídos, así como ocuparse del mantenimiento de esas redes”. (Zigmunt Baumann, Modernidad líquida, Fondo de cultura económica, Buenos Aires 2004, 55. El teólogo español Olegario González de Cardedal recalca la necesidad de la elaboración de una ética civil y de una cultura abierta, que fortalezca las redes sociales: “El espacio social abierto, la creación de ámbitos de comunicación social, el apoyo a grupos intermedios que medien entre el individuo desvalido y el Estado omnipotente, la reconstrucción del tejido social por la cultura popular, la recuperación de tradiciones y de oficios específicos, la calificación profesional nacida de una conciencia ética de la obra, que bien hecha es eficaz y dignifica a la persona: todo eso me parece que son tareas históricas en las que también la Iglesia tiene que acreditarse colaboradora y creadoramente” (Olegario González de Cardedal, La gloria del hombre. Reto entre una cultura de la fe y una cultura de la increencia, Madrid 1995, 99)

La visión del Padre Kentenich se nutre de las riquezas de la imagen católica del hombre. Porque personalizar es ayudar a que cada hombre, creación predilecta de Dios, pueda realizar plenamente y en libertad la vocación original a la que ha sido llamado. Y ésta incluye la comunión en el amor con sus semejantes, llamados todos y cada uno a ser miembros activos y corresponsables de la familia humana. Atento a los signos de los tiempos, el Padre Kentenich detecta que esta imagen es reclamada por el hombre moderno, ansioso de ser sujeto de su propia historia, conciente de su dignidad y de los derechos que posee, necesitado de un yo fuerte para no ser víctima de aspectos negativos de la globalización y para poder vivir la fe en medio de un mundo pluralista. La amenaza más fuerte que lo acecha es el moderno fenómeno de la masificación, responsable de un tipo de hombre desprovisto de yo autónomo, perdido en el “se dice”, “se hace”, “se piensa”, un número más en la multitud anónima, desprovisto de rostro y destino propio. Adolf Hitler supo poner a su servicio a este hombre y creó los medios para que sucumbiera a la influencia mágica de la masa nacionalsocialista: “El mitin de masas es necesario, al menos para que el individuo, que al adherirse a un nuevo movimiento se siente solo y puede ser presa fácil del miedo de sentirse aislado, adquiera por primera vez la visión de una comunidad más grande. Si sale por primera vez de su pequeño taller o de la gran empresa en la que se siente tan pequeño para ir al mitin de masas y allí sentirse circundado por miles y miles de personas que poseen las mismas convicciones, él mismo deberá sucumbir a la influencia mágica de lo que llamamos sugestión de la masa”. (Adolf Hitler, Mein Kampf, München-Berlin, 1944; citado en: Carlos Díaz, Soy amado, luego existo, Bilbao 1999, 77).

Pero no sólo en medio de multitudes al servicio de un dictador es donde se forja el hombre masa. El tiene otros muchos lugares de construcción y muy diversos modos de manifestación. Los señala Emmanuel Mounier, lúcido pensador cristiano y gran conocedor de los tiempos modernos: “Por bajo que pueda situarse un universo de hombres, el que Heidegger ha llamado el “mundo del Se”, es aquel que nos dejamos aglomerar cuando renunciamos a ser sujetos lúcidos y responsables: el mundo de la conciencia soñolienta, de los instintos sin rostros, de la opinión vaga, del respeto humano, de las relaciones mundanas, del conformismo social o político, de la mediocridad moral, de la muchedumbre, de la masa anónima, de la maquinaria irresponsable. Mundo desvitalizado y desolado, donde cada persona ha renunciado provisionalmente a sí misma como persona para volverse uno cualquiera, no importa quién, intercambiable. El “mundo del Se” no constituye ni un nosotros ni un todo. No está ligado a tal o cual forma social; es, en todas, una manera de ser. El primer acto de la vida personal es la toma de conciencia de esta vida anónima y la rebelión contra la degradación que representa” (Emmanuel Mounier, El personalismo, Buenos Aires 1978, 23).

Cuando no se ha producido esta toma de conciencia a favor de la vida personal y esta rebelión contra la masificación tenemos como resultado al hombre desarraigado, el hombre sin raíces que alimenten y sostengan su existencia, sin hogar ni vínculos, que vive a la intemperie, expuesto a todos los peligros. Cuando el individuo no tiene estabilidad ni está afincado en su entorno reacciona contra la sociedad, buscando refugio en la pasividad interior o descargándose en la agresión.

El fuerte cultivo de los valores es la estrategia que propone el Padre Kentenich para la superación de los peligros inherentes al pluralismo y la globalización. No basta la afirmación teórica de las verdades cristianas, tampoco la proclamación de su necesidad y urgencia. Lo decisivo es la encarnación viva de los valores. “Su verdadero lugar es el corazón vivo de las personas. Las personas sin los valores no existirían plenamente, pero los valores no existen para nosotros sino por el ‘hágase tu verdad’ que le dicen las personas. No constituyen un mundo enteramente hecho que se realiza automáticamente en la historia... No se ‘aplican’ a la realidad como principios constituidos... Se revelan en las profundidades de la libertad, madurando con el acto que los elige... Sólo existimos definitivamente desde el momento en que nos hemos constituido un cuadro interior de valores o de abnegaciones contra el cual, sabemos, ni siquiera prevalecerá la amenaza de la muerte” (Emmanuel Mounier, El personalismo, Buenos Aires 1962, 42-43)

El proceso de la apropiación personal de los valores es el más rico y decisivo. Es cuando ellos se hacen algo entrañable, íntimo, propio y único. Entonces "experimentamos una sensación interior de pertenencia radical, de destinación esencial y de secreta complicidad con ellos... algo que madura "en” nosotros y "con” nosotros y que ahora se nos muestra como aquello que deberá definirnos y diferenciarnos”. (Héctor Mandrioni, La vocación del hombre, Buenos Aires 1970, 74)

En un mundo globalizado esta persona afincada en un mundo de valores asumidos libremente estará en condiciones de una serena y positiva afirmación de lo propio y de su cultura de origen y sin complejos entrará en diálogo con otras modalidades personales y culturales, dispuesta a dar y a recibir, a complementar y a dejarse complementar. En un mundo pluralista esta persona vivirá su fe sin caer en relativismos ni tampoco en fundamentalismos, no la privatizará sino que la ofrecerá como mensaje a quienes no creen o tienen otras opciones, sabrá valorar lo positivo que hay en ellas sin dejar de alegrarse por la identidad propia. Si quieren tener un ejemplo preclaro de este tipo de vivencia de la fe cristiana en el mundo de hoy y de mañana miren el ejemplo de Juan Pablo II. Nadie podrá atribuirle que ha callado o relativizado verdades del dogma o la moral cristiana, por el contrario. Y, a la vez, no ha tenido ningún problema ni complejo para encontrarse y dialogar con ateos, musulmanes, budistas, judíos, protestantes, con hombres y mujeres de cualquier creencia, color de piel, militancia política o condición social. Besó las tierras de todos los pueblos y peregrinó a todas las naciones a fin de conocerlas, valorarlas y ofrecerles con claridad y con sencillez la buena noticia del evangelio de Jesucristo.

“No se puede ser hombre sin conciencia de misión; no se puede ser buen ciudadano sin sentir el gozo de pertenecer a una patria; no se puede permanecer cristiano sin la renovada confianza en Jesucristo... Pero esta identidad, que lleva consigo las correspondientes diferencias respecto de otros hombres, antes que fungir como arma contra ellos, tiene que ser fuente de gozosa comunicación universal, motivo de gozo, ofrenda y don a todo el que anda el mismo camino de la vida o el mismo camino hacia el único Dios, y sostiene la misma lucha por conferir rostro humano a la materia y rostro divino al hombre”.
(Olegario González de Cardedal, El poder y la conciencia, Madrid 1984, 238)

2.2 Creación de familias nuevas

Una segunda dimensión pertenece a la profecía del Padre Fundador: la familia y la creación de ambientes y de estructuras familiares en todo el organismo social. Nuevamente la imagen cristiana del hombre ilumina esta profecía: Dios no creó al hombre en soledad, lo creó en familia. No podía ser de otra manera si lo quería imagen y semejanza suya. Porque Dios en su vida íntima es comunión entre tres personas distintas unidas por un vínculo de amor eterno. Para hacer participar al hombre en esa vida íntima - esta realidad es lo que llamamos “la gracia divina” - debía crearlo capaz de salir de sí mismo y de entrar en diálogo con sus semejantes. El diálogo en la tierra capacita para el diálogo con el cielo (a la inversa también es cierto y necesario...). El hombre-isla es contrario al plan divino. El hombre siempre existe en y con los demás. Es más: el hombre llega a ser hombre sólo porque otros lo traen a la existencia. Nadie se da la vida a sí mismo. Y nadie crece en la vida si no es con la ayuda de otros.

“La primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona” (Juan Pablo II, Centesimus annus, 39). Aprender a amar y a ser persona sólo es posible en la vivencia del tú y del nosotros, en medio de una comunidad de personas. La primera y la más esencial de ellas es la familia. “En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales - relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad - mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la “familia humana” y en la “familia de Dios”, que es la Iglesia” (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 15). De allí la importancia decisiva de que la familia cumpla en plenitud la vocación que ha recibido, sea alentada y promovida a la vez que defendida en contra de los males que la amenazan. “De cara a una sociedad que corre el riesgo de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto inhumana y deshumanizadora, con los resultados negativos de tantas formas de “evasión” - como son, por ejemplo, el alcoholismo, la droga y el mismo terrorismo - la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad” (Juan Pablo II, ib., 43)

Esta misma afirmación de la importancia fundamental de la familia para la educación de personalidades libres y para la conformación de la sociedad se encuentra en el Padre Kentenich: "La familia es simplemente la célula germinal de la sociedad y, en cierto sentido, de la Iglesia. De ahí nace el imperativo: salvar y proteger la familia por todos los medios posibles! {...} Piensen en los tiempos de persecución a través de los siglos. Sea que consideremos el tiempo de las invasiones o de la revolución francesa. ¿Cómo fue salvado el cristianismo en ambos casos? En cuanto se redujo a la catacumba de la familia, allí floreció, allí creció y, más tarde, se atrevió nuevamente a aparecer en la publicidad. Pero no sólo concentramos en la constitución exterior de la familia. Debemos concentrarnos en su valor interior, debe llegar a ser verdaderamente un oasis. La familia debe ser un gran taller de Dios. Debe ser un arca en la cual Dios está vivo y tiene la última palabra.

La esencia del espíritu familiar: el profundo estar espiritualmente el uno en, con y para el otro, está desapareciendo. Falta, dicho más exactamente, la profunda responsabilidad por la familia y por cada miembro en particular. Por eso la peste del yo, del egoísmo, la desintegración en toda la línea. Y cuando vemos cómo en los países del Este se dan golpes tras golpes para destruir a la familia, entendemos mejor la consigna: ¡salvar la familia! Hay que salvar la moral familiar, los usos familiares, el ethos familiar y, en este último sentido, la posición, imagen y misión del padre, la conciencia maternal y filial”.
(PK, Jornada pedagógica 1950. Esta cita se la encuentra en los textos de la jornada)

Hoy está en discusión nada menos que el orden de ser de la familia. Se debaten graves y decisivas cuestiones: aborto, fecundación asistida, uniones de hecho, sexo y género, homosexualismo y lesbianismo, etc. La defensa del orden querido por Dios y proclamado por la enseñanza de la Iglesia es fundamental. Pero lo decisivo es la formación de familias que con su vida y su acción den claro y alegre testimonio del ideal de la familia cristiana. La Obra Familiar tiene en este sentido una misión insustituible. Tal misión no se reduce al logro de un buen diálogo matrimonial y una buena educación de los hijos. Debe abarcar también el mundo del trabajo, del dinero, de las relaciones sociales, del compromiso socio-político...




2.3 Creación de ámbitos sociales con paradigma familiar

Existe una segunda perspectiva en la estrategia del Padre Kentenich, menos conocida y elaborada, y es la proclamación del paradigma familia para todo el organismo social. En los múltiples campos de desarrollo de la vida social: educación, economía, trabajo, política, ciencia, arte, etc. y también en las variadas formas de organización de una sociedad: municipios, empresas, sindicatos, partidos políticos, clubes, asociaciones profesionales, etc. debe buscarse la creación de ambientes, de estructuras y de estilos análogos al de una familia. Análogos significa con semejanzas y con desemejanzas, según los objetivos y la identidad propia de cada campo y de cada organización. El objetivo propuesto es “familiarizar” la sociedad entera. Los modos concretos de alcanzarlo son muy diversos. En todo caso no basta el reclamo de una política del estado favorable a la familia, o la creación de una atmósfera pública que defienda su estabilidad y dignidad. Es preciso lograr una simbiosis: la vivencia de virtudes sociales en la familia y la vivencia de virtudes familiares en la sociedad. Dicho sea de paso: este tema de la “familiarización” es fundamental para la comprensión del nuevo orden social, algo esencial e irrenunciable en el carisma de Schoenstatt y en la doctrina social de la Iglesia. Es un tema todavía “en pañales”, tanto en la reflexión como en las líneas de trabajo de nuestros grupos y comunidades. Pienso que sobre todo nuestros laicos deberían sentirse llamados a ser los mejores especialistas y los grandes promotores de esta visión. El desafío es grande... Muchas veces no hace falta especular sobre la metafísica de la familia o estudiar un complicado tratado sobre su naturaleza, basta recurrir al modelo de experiencias familiares logradas para encontrar buenos caminos (las mejores experiencias son las propias, y gracias a Dios nunca faltan del todo...). El planteo de fondo siempre será el mismo: si yo me torno persona por la vivencia de un conjunto de relaciones interpersonales tales como se dan en una familia ¿cual es el conjunto de relaciones que ofrece la escuela, la empresa, la parroquia, el club, el sindicato?...

El Padre Fundador espera esta proyección social de nuestros grupos y de nuestras ramas. Nunca se imaginó Schoenstatt como un “club de autosantificación”. Nunca lo quiso como refugio cálido para protegerse de las inclemencias del tiempo actual. Nunca lo deseó como lugar de encuentro de “gente como nosotros”. A Schoenstatt lo quiso como movimiento de renovación en el seno de la Iglesia y al servicio de ella, abierto a todos los que estén dispuestos a aportar a la realización de esa misión.

“El ideal debería ser: cuidadosa educación de pequeños grupos de élite para captar, a través de ellos, a la masa. En un tiempo de organizaciones masivas, de concentraciones, del amenazante paso a la masificación, en lo que respecta a nosotros, no debemos concentramos en la catacumba para permanecer en ella. Si nos reducimos a la catacumba de las pequeñas células, lo hacemos para desarrollar desde allí planes de conquista del mundo y para realizar un trabajo de renovación.

Una palabra a nuestros schoenstattianos: nosotros tenemos grupos; con el tiempo ¿estos grupos no han llegado a centrarse demasiado en sí mismos y se han quedado en este estado?.. Estamos conscientes: ¡élite a causa de la masa, élite para la masa! ¡Educación de élite para captar interiormente la masa, para ser levadura! ¡Este es nuestro ideal! Estos grupos deben actuar creadoramente, deben proyectarse interiormente a la conquista del mundo."
(José Kentenich, Jornada pedagógica 1950. Esta cita se encuentra en los textos de la Jornada)

Hacia el final de su vida le decía a los dirigentes de la Familia:“Uno de los frutos que como dirigentes de la Familia debemos llevarnos de aquí debería ser: nos adherimos con ardor a Schoenstatt, desde el punto de vista de que queremos construir un nuevo orden social. No es verdad de que deseamos sentarnos en nuestro cuartito y rezar, ni que queremos encarnar en nuestras filas al benedictinismo y cultivar una vida silenciosa e interior. Ciertamente que lo queremos también pero solamente para llegar a ser, en última instancia, conquistadores del mundo... queremos participar en la gran misión de la Sma. Virgen para el tiempo actual” (Sem. de Oct.’67, 96)

Esto que afirmaba meses antes de su muerte ya lo había afirmado cuando el Movimiento comenzaba a tener presencia y fuerza en la sociedad alemana. En el difícil año de 1929, año de crisis mundial de la economía, planteaba este programa:

“Solamente con el crecimiento religioso no hemos hecho mucho. Por cierto que esto es necesario. Primero debe crecer el alma interiormente. Pero también debemos dar el paso de entregarnos a Dios para la conquista del mundo. Ustedes comprenderán como resuena en este sentido el llamado por el santo social... no se trata solamente de la cuestión obrera... el tiempo de hoy necesita una comunidad que busque principalmente solucionar el problema social. Aquí quizás puede despertarse el anhelo: nosotros como Movimiento Apostólico estamos llamados a esa tarea. Estamos frente a una pregunta crucial para el Movimiento. ¿Hacia donde queremos conducir a los hombres? En último término a vivir en la presencia de Dios. Pero desde esa unión a Dios debe fluir la renovación religiosa-moral del mundo. Y esta renovación moral del mundo coincide en nuestros días, en gran medida, con la renovación de las relaciones económicas y sociales”
(Padre Kentenich, Curso para directores espirituales sobre la cuestión obrera, julio 1929)

Al mensaje del Padre Kentenich pertenece la crítica a un cristianismo que se “retiró a cuarteles de invierno”, se dejó marginar y perdió el coraje, con actitud melancólica se redujo a la queja. “Muchos se han resignado, han abandonado sus proyectos y depuesto su entusiasmo... hemos sido relegados a la sacristía, se ha desterrado a la religión del ámbito de la economía y la política. Una visión empobrecida del catolicismo y un pueblo católico empequeñecido... ¿Donde quedó el espíritu de conquista?...

La consigna es rescatar el orden social ¡No es hora de discusiones bizantinas, sino de poner manos a la obra!. ¡No es tiempo de cavilar o vacilar, sino de actuar! ¡Adelante con las obras, vengan las dificultades que vinieren!” ((José Kentenich, Coronación de María. Rescate del orden social cristiano (jornada de octubre 1946), Buenos Aires 1996, 33 y 52). Con energía le advierte a los schoenstattianos que “si no nos introducimos con fuerza y vigor en los engranajes de la época cuando tenemos ocasión de hacerlo, sólo habremos soñado un hermoso sueño de renovación del mundo” pero no habremos hecho nada efectivo (José Kentenich, Desafío social, Santiago de Chile 1996, 136)

No le asusta la pequeñez numérica de la Familia, los recursos escasos, las muchas limitaciones que tiene. Lo decisivo es que en ella esté viva la conciencia de misión: “Por un lado nosotros, un pequeño rebaño, y por otro, naciones enteras. Sin embargo, creo que nadie debería aventajarnos en cuanto a responsabilidad por el destino del mundo, por la paz de los pueblos, por el restablecimiento del orden social destruido y por la reconquista de la dignidad de la persona humana” (José Kentenich, Coronación de María. Rescate del orden social cristiano (jornada de octubre 1946), Buenos Aires 1996, 25)

2.4 No sin María

El vínculo creador de personalidades y de comunidades familiares más fuerte en la vida del Padre Kentenich tiene un rostro y un nombre muy concreto: María. No se cansó de expresarlo: la llama “mi Maestra de vida”, a “su poder plasmador y su sabiduría educativa” le atribuye todo. Ella es “el alma de mi alma”. Confiesa que “mi educación fue obra exclusiva de la Santísima Virgen, sin ninguna otra influencia humana profunda” y que “en cuanto fuera posible quería depender sólo de la Santísima Virgen”: Es comprensible que ocupando María un lugar tan decisivo en su vida personal sea también la opción primera en su servicio pastoral: “En toda mi actividad nunca puse a mi persona ni a mis propios proyectos en primer plano sino que siempre a la Santísima. Virgen en su ser, en su misión y en su obra...”. (Citado en: Juan Pablo Catoggio, Autorretrato del Padre Kentenich. Su misterio interior, Santiago de Chile 1991, 21-22)

Esto no queda reducido al ámbito de su espiritualidad personal ni tampoco a un medio más en su servicio pastoral. Está convencido de que María puede y quiere traer a Cristo al mundo actual. Una convicción creyente que comparte con el Papa Juan Pablo II. (Ver los textos de la Jornada, Semana de octubre 1947. Y también el texto: la Sma. Virgen, revolucionaria por la causa de Dios, Milwaukee enero 1963)

El Padre Kentenich experimenta a María como creadora de vínculos familiares. En torno a la madre se constituye el tejido familiar. Y María en la Iglesia cumple su función materna acercando a los hombres a Jesucristo y regalándoles conciencia de hermanos y de común pertenencia a la Familia de Dios. Esto se hizo experiencia concreta en la historia de la Familia de Schoenstatt. No es de extrañar, por tanto, que cultive y proclame una pedagogía mariana. En ella es anunciada María como la encarnación plena de la imagen del hombre redimido querida por Dios, la mujer llamada a asociarse a Cristo para ser su madre, su compañera, su mejor discípula. La asemejación a María es sinónimo de hombre nuevo. El camino para alcanzar este ideal es igualmente un camino mariano. Porque María no sólo es modelo sino que también es modeladora del hombre nuevo. Dios le ha confiado de manera especial la educación de quienes quieren asemejarse a su Hijo. Es la tarea que Ella quiere realizar desde los santuarios, lugares privilegiados de su presencia y su acción pedagógica. Ponerse a su servicio y conducir a los hombres hacia Ella es una de las mejores realizaciones de la vocación de educador. En uno de sus textos autobiográficos el Padre Kentenich dice: “Permítanme decirles: cada vez que debo asumir mayores responsabilidades como sacerdote estoy interiormente alegre y tranquilo cuando sé que aquellos que Dios pone en mi camino se entregan a la Santísima Virgen. Ya antes fue así, cuando siendo un joven sacerdote me desempeñé como educador. Luego de haber comprendido los grandes lineamientos del plan de salvación, mi mayor alegría era conducir a mis jóvenes hacia la Santísima Virgen, pensando: yo no puedo permanecer junto a ellos. Y aunque pudiéramos, con el tiempo la relación paternal y sacerdotal en este grado de profundidad, cesa en la mayoría de los casos. Pero si yo confío mis jóvenes a la Santísima Virgen, entonces sé que Ella siempre extenderá su mano sobre ellos. ¡Ella es la omnipotencia suplicante! ¡Ella es fiel.” (ib., 29)

Epílogo

Quiero terminar recordando a Juan Pablo II y su última visita a España. Les recordó los muchos dones recibidos y los animó a continuar siendo una tierra de santos y de evangelizadores. Les dijo:“Al dar gracias al Señor por tantos dones que ha derramado en España, os invito a pedir conmigo que en esta tierra sigan floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos de santidad si las comunidades cristianas mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha conservado a través de los siglos. Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida. ‘La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español, dije cuando peregriné a Santiago de Compostela (Discurso en Santiago, 9 noviembre 1982). Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia”

(Juan Pablo II, domingo 4 de mayo de 2003, Homilía en la ceremonia de Colón. Canonización de Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Angela de la Cruz, Maravillas de Jesús)

En ese camino de santidad y de evangelización nos guía el ejemplo de nuestro Fundador. El hoy Papa Benedicto XVI escribió hace algunos años un prólogo a una novena al Padre Kentenich. Sus palabras nos sirven de resumen de estas reflexiones:

“El futuro de la Iglesia dependerá solamente del vigor de aquéllos que tienen raíces profundas y viven de la pura abundancia de su fe. No dependerá de aquellos que sólo se acomodan al momento. No dependerá de los que sólo eligen el camino cómodo, de los que rehuyen la pasión de la fe y declaran como tiranía y legalismo todo lo que exige al hombre, lo que causa dolor, lo que impulsa a entregarse por completo. Dicho en positivo: el futuro de la Iglesia también esta vez, como fue siempre, será modelado nuevamente por los santos.

El Papa Juan Pablo II en su primera visita a Alemania, señaló al Padre Kentenich como un “insigne sacerdote en la historia reciente”. De su vida, de su palabra y de su vida surge una luz radiante capaz de orientar en el camino. En su sarcófago está grabado el axioma que lo guió, lo formó y con el que él modeló a muchos: Dilexit ecclesiam, amó a la Iglesia.

Quiera María, la Madre de la Iglesia, por quien él siempre se dejó ayudar, protegernos y ayudarnos. A través de su fiel servidor el Padre José Kentenich quiera abrir a muchos el camino del amor a la Iglesia para que un nuevo vigor y una nueva alegría de la fe inunden a nuestro pueblo y a nuestra tierra”.

Roma, 18 de octubre de 1989
Cardenal Joseph Ratzinger
Prólogo a la novena: “Arriesgar un nuevo comienzo. Amar a la Iglesia con el Padre Kentenich”
Navidad

P.Alberto Eronti
La ciudad de Roma manifiesta nítidamente la atmósfera de las llamadas “fiestas tradicionales”, la Navidad y el nuevo año. Externamente se nota algo particular en la ciudad, hay menos movimiento que otros años, menos excitación por la compra de regalos, aunque el consumismo, como lo recordara el Santo Padre, no ha sido vencido y es claro que la crisis económica golpea más de lo que se supone los bolsillos de los italianos. Hay incertidumbre, temor y, como es de suponer, son los ancianos y los pobres -entre éstos hay que contar un gran número de inmigrantes- los que llevan la parte peor. El Papa ha hecho referencia a esta realidad en sus últimas intervenciones. Lo rescatable es que se presenta un fin de año más sosegado e íntimo, más familiar y en casa.



Comparando con el año pasado, la ciudad no vive la tensión que supusieron las amenazas de atentados terroristas. Sin embargo hay preocupación por Europa y su futuro a mediano plazo. Las oleadas de inmigrantes clandestinos arriesgando sus vidas por una oportunidad mejor, la violencia juvenil en Bélgica, Francia y Holanda con miles de automóviles quemados y escaparates destruidos, llevan a los italianos a preguntarse ¿hacia dónde vamos?



También la Iglesia vive nuevos desafíos y conflictos en la relación con diversos Estados. Detrás de todo ello está la ideología laicista propagada cada vez más en la Unión Europea, como la propia crisis de increencia e indiferencia religiosa que vive la sociedad europea respecto al Dios revelado por Jesucristo. En distintos países crece la tendencia a ignorar o borrar los signos religiosos que han acompañado a Europa desde su nacimiento, las presiones varias para limitar la libertad religiosa y de educación no dejan de ser nubes de tormenta para la Iglesia.



Pero, y aquí se da lo paradójico, culturalmente hablando a pesar de toda la larga lista de problemas evidentes o latentes de la fe, toda Europa -y el mundo- se prepara a celebrar y vivir la Navidad y el cambio de año. Es como si el subconsciente cultural todavía resistiese las variadas agresiones y surgiese desde lo más profundo el deseo y la necesidad de celebrar estas fiestas que llamamos del amor, la paz y la familia.



Un nuevo año se acerca a su fin, y como ha ocurrido a lo largo de nuestra vida lo despediremos con un anhelo que será también el saludo para quienes amamos, conocemos o simplemente compartimos momentos fugaces: ¡Feliz año nuevo! El deseo y el saludo indican algo fundamental de nuestro espíritu: la necesidad de pacificarnos y pacificar, querer ser feliz y desear a otros la felicidad. ¿Por qué repetimos este gesto cada año? Tal vez porque comenzar un nuevo año es también iniciar un nuevo capítulo del libro la vida. Es como estar ante un cuaderno en blanco sabiendo que se nos dará la oportunidad de escribir y que también otros escribirán en él. Por esto, cada año nuevo se nos presenta como una oportunidad y un desafío a esmerarnos para que, en lo que de nosotros depende, el nuevo sea un año bueno, un año bello.



Pero, apenas seis días antes que el año termine nos saludaremos de otra manera y con otras palabras: ¡Feliz Navidad! La celebración del nacimiento del Hijo de Dios y la atmósfera familiar y religiosa que rodean el acontecimiento, nos señalan “la primera fuente”, la única fuente de la felicidad y la esperanza: Dios haciéndose hombre como todos los hombres: naciendo niño. La Navidad nos recuerda que la felicidad es posible siempre y cuando no equivoquemos la tierra en que ella se asienta y que hemos de labrar: el corazón del hombre y lo que elija como su gran amor. La felicidad no es en primer lugar una realidad exterior al hombre, sino interior. Es un estado, es una situación íntima e intensamente personal, se trata de estar en paz con uno mismo, fruto de la paz con Dios como fuente y con los otros como comunión.



El hombre es según que ama. Es feliz si posee la paz interior, si su esperanza es rica de ideales y sueños que piden lo mejor y más hermoso de sí mismo. Todo lo dicho se resume en “el nombre sobre todo nombre”: Jesús; en la fidelidad de una mujer, María; en la disponibilidad noble de un hombre, José; en la fe sencilla de los pastores. He aquí a quiénes contemplaremos en la Noche más buena del año.



En la Plaza del Mundo, junto a la Basílica de San Pedro, ya está levantado el pesebre y colocado el árbol de Navidad. La Iglesia mantiene su símbolo -el pesebre- y a la vez sacraliza el símbolo no nacido de su tradición -el árbol- en un abrazo que abarca el mundo entero. No podía ser de otra manera, la Iglesia es, como su Madre, “especialista en humanidad y nada humano es ajeno a su corazón”.



Como bien afirma el Padre Kentenich, “…la historia de salvación se reitera. La historia de salvación comenzó con el “sí” de María y el nacimiento del Hijo de Dios”. Y agregará que para que el hombre encuentre hoy la salvación, “María debe dar nuevamente a luz a Cristo”. Este es el misterio que nos preparamos a celebrar. Es un misterio de fe, de luz y de esperanza. Cristo sigue naciendo porque María no aparta su sí. Sí que la Iglesia Madre anuncia y celebra como Navidad.



Desde Roma, corazón de la Iglesia, junto a Pedro les deseo a todos una Navidad bendecida y en paz, que el nuevo año sea de gracia para todos y cada uno.



P. Alberto E. Eronti