viernes, 1 de junio de 2007

OLVIDAR PARA COMPRENDER

Del LIBRO DE LA FELICIDAD de Marcelle Auclair

Está en Ud.

Si un día caluroso alguien le ofrece un vinito blanco, bien fresco, y tiende usted un vaso ya lleno de agua? No. Porque, qué recibiría? Nada.

Usted tiene tanta necesidad de felicidad como de una bebida refrescante en un día de calor.
Pero si al estudiar las leyes que condicionan la felicidad usted lo hace con un entendimiento lleno de todos los lugares comunes sobre la fatalidad, sobre la preponderancia de la enfermedad, de la miseria, de la desesperación, qué sacará en limpio? Nada.
Por lo tanto, si usted desea adquirir los conocimientos indispensables para que la alegría reine en su propia existencia y sobre la tierra toda, deberá hacer tabla rasa en todos sus prejuicios, aun contra la evidencia misma.

En la base del estudio de las leyes de la felicidad se encuentra un acto de humildad: por más sabios que seamos en ciencias humanas, por más orgullosos que pudiéramos estar de la lógica de nuestro cerebro, debemos admitir que ignoramos por completo las grandiosas leyes que, por todos aplicadas, harían de este mundo un mundo armonioso.
El universo se parece a una sinfonía creada por un compositor genial, pero en la que cada uno de los músicos toca en falso la parte que le ha sido confiada, y eso por no haber aprendido sus notas.
Se puede ser un gran físico, un gran hombre de negocios, un personaje ilustre, y no conocer la escala musical.
Uno puede haber triunfado en la vida parcialmente y no ser feliz: esto sucede en la mayoría de los casos: los seres perfectamente dichosos son pocos en este mundo, y esos privilegiados conocen y aplican las leyes de la felicidad.

Para conseguirlo empezaron por admitir que tenían que aprender todo, se olvidaron de sí mismos, tendieron al conocimiento una copa vacía que el espíritu en ellos no tardó en llenar.
No soy yo quien inventa estas leyes. Son tan viejas como nuestro planeta. Se las puede encontrar en la Biblia, en los libros sagrados de la India y del Tibet, en los escritos de los sabios chinos, y, más recientemente, en el Evangelio.

Pero la costumbre las ha cubierto de una espesa capa de polvo y muchos que se consideran fieles sólo siguen la letra sin tomarse el trabajo de captar el espíritu.
Despreciando toda la vanidad del conocimiento humano, es necesario permanecer accesible a este espíritu de las leyes de la vida.
Finalmente, lo que vale no es lo que usted aprende sino lo que usted hace. Sin la práctica, la teoría es nula. Es necesario trabajar para adquirir los nuevos hábitos. Saber, es obrar. Cualquier adquisición intelectual que no se refleje en nuestros actos, es nula. Debe usted renacer del espíritu y vivir según él.

APLICACION. Consienta, por hoy, en dejar momentáneamente de lado sus propias nociones, olvídese de usted mismo y ofrezca a quien encuentre una atención abierta. Quedará sorprendido a la noche, al comprobar que así ha aprendido miles de cosas. No se instruye uno hablando, sino escuchando, mirando. Y afirme la existencia de su Yo real, invisible y perfecto, su acatamiento a las leyes que él le dicta.