martes, 2 de octubre de 2007

MIERCOLES 3 DE OCTUBRE

Día litúrgico: Miércoles XXV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,57-62): En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

Comentario: Fray Lluc Torcal OSB cist. (Monje de Santa Mª de Poblet-Tarragona, España)
«Sígueme»
Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar, con mucha claridad y no menor insistencia, sobre un punto central de nuestra fe: el seguimiento radical de Jesús. «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9,57). ¡Con qué simplicidad de expresión se puede proponer algo capaz de cambiar totalmente la vida de una persona!: «Sígueme» (Lc 9,59). Palabras del Señor que no admiten excusas, retrasos, condiciones, ni traiciones...
La vida cristiana es este seguimiento radical de Jesús. Radical, no sólo porque toda su duración quiere estar bajo la guía del Evangelio (porque comprende, pues, todo el tiempo de nuestra vida), sino —sobre todo— porque todos sus aspectos —desde los más extraordinarios hasta los más ordinarios— quieren ser y han de ser manifestación del Espíritu de Jesucristo que nos anima. En efecto, desde el Bautismo, la nuestra ya no es la vida de una persona cualquiera: ¡llevamos la vida de Cristo inserta en nosotros! Por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros. Así es la vida cristiana, porque es vida llena de Cristo, porque rezuma Cristo desde sus más profundas raíces: es ésta la vida que estamos llamados a vivir.
El Señor, cuando vino al mundo, aunque «todo el género humano tenía su lugar, Él no lo tuvo: no encontró lugar entre los hombres (...), sino en un pesebre, entre el ganado y los animales, y entre las personas más simples e inocentes. Por esto dice: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’» (San Jerónimo). El Señor encontrará lugar entre nosotros si, como Juan el Bautista, dejamos que Él crezca y nosotros menguamos, es decir, si dejamos crecer a Aquel que ya vive en nosotros siendo dúctiles y dóciles a su Espíritu, la fuente de toda humildad e inocencia.

MARTES 2 DE OCTUBRE

Día litúrgico: 2 de Octubre: Los santos Ángeles de la Guarda

Texto del Evangelio (Mt 18,1-5.10): En una ocasión se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.

Comentario: Dr. Antoni Pujals i Ginabreda, Vicario del Opus Dei en Cataluña (España)
«Sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos»
Hoy celebramos la memoria de los Ángeles Custodios. Hacía tiempo que fariseos y saduceos mantenían una acalorada disputa sobre si los ángeles existen o no; decían los saduceos que éstos no eran otra cosa que quimeras, fantasías de ignorantes.
Jesús, como de pasada, quiso dejar bien clara la doctrina. «Llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: (...) Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mt 19,2-3.10). La existencia de los ángeles «es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición» (Catecismo de la Iglesia, n. 328).
—Yo, Jesús, nunca he dudado sobre la existencia de los ángeles. Ya de niño, mi madre me lo recordaba cada mañana al ir a la escuela. Él ha guiado todos mis pasos hasta conducirme al sacerdocio. De nuevo, el Catecismo enseña: «Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. ‘Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio)» (n. 336).
San Josemaría recomendaba no solamente tenerles devoción, sino también amistad: «Ten confianza con tu Ángel Custodio. —Trátalo como un entrañable amigo —lo es— y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día».
—Con frecuencia le pido ayuda y nunca me ha desatendido: «Te pasmas porque tu Ángel Custodio te ha hecho servicios patentes. —Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti». Y cuando voy por la calle pienso: Éste quizá no sabe que tiene cerca un ángel. ¡Ángel, ayúdale! Es cosa aprendida también de san Josemaría: «Acostúmbrate a encomendar a cada una de las personas que tratas a su Ángel Custodio».
De ahí que, «toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles», nos dice el Catecismo (n. 334). —¡Cuántos motivos tengo para dar gracias a Dios y a su Madre, Reina de los Ángeles!