domingo, 24 de junio de 2007

LA CONTEMPLACION Y LA NEUROSIS Thomas Merton

En la vida de contemplación es donde esto es más cierto y el neurótico no puede evitar aprovecharse de estas oportunidades que le brinda la “experiencia” espiritual. Se siente empujado a hacerlo para aplacar su ansiedad y justificar su huida de la realidad como un acto religioso. En realidad su contemplación es una farsa, un acto de idolatría y forma parte de su religión privada. A este tipo de personas la soledad y la libertad de la vida contemplativa sólo les conduce a la ruina. Son incapaces de afrontar la soledad porque carecen del suficiente amor.La vida comunal habitual suele vivirse al ritmo de aquellos que son activos y extrovertidos. Estas buenas personas, que no soportan las sutilezas interiores y se muestran intolerantes con todo aquello que no aporta unos resultados tangibles, desean comprobar al final del día que han hecho algo para servir a Dios. Por eso su vida está programada para tranquilizarles en ese sentido. El día se divide en la práctica de muchos ejercicios en los que la oración se evalúa por la puntualidad y exactitud con que se ejecuta el ceremonial. La atención se fija sólo en el aspecto externo del mismo.Es cierto que la rutina monástica es muy importante. Pero cuando se convierte en un fin en sí misma, frustra todos los objetivos por los que se instituyó. Cuando la atención se concentra sobre todo en el aspecto exterior, cuando hay la obsesiva necesidad de realizarlo todo a la perfección (no para glorificar a Dios, sino por la propia paz interior de uno), es imposible que se dé una verdadera contemplación, ya que ésta presupone estar libre de cualquier preocupación, sea elevada o baja, espiritual o material. Lo cual no significa que el descuido y la falta de disciplina sena más favorables para la oración interior que una observación regular. Obviamente es necesario llevar una vida metódica, pero precisamente la ventaja de la disciplina monástica es que libera a la mente de la preocupación perfeccionista relacionada con las cosas exteriores. Se ocupa de ello, dejándonos libres para meditar y orar. Es evidente, pues, que el espíritu con el que uno se dispone a mantener una regla religiosa marca una gran diferencia. Si la regularidad es un signo de amor y de libertad espiritual, favorece la contemplación. Pero si es un síntoma de perfeccionismo afectado y legalista, destruye la vida contemplativa desde su misma raíz. Y entonces el individuo que es capaz de superar por completo las limitaciones de la comunidad a la que pertenece es, en efecto, muy especial.

SALMO A JESUS

Ana María Veas)Enviado el Martes, 22 de Mayo del 2007 por gregor anadejesus nos envió esto:

" Soy un herido de guerra al cual Tú llevas en el hombro. Me recojes como a la avecilla tirada de un balazo,y me curas pacientemente.Soy el tallo que da la gracia de su brote porque Tú le das el agua de cada día.Sin Ti el vacío se abría instalado donde yo una vez estuve, en medio de los universos.Sólo algunas aves de cumbre preguntarían a veces por mí;sin Ti yo habría desaparecido. Ni tres soles consuelan mi corazón.SóloTú lo consuelas; en el vellón tibio de Tu Pecho reposo, sonriendo como un niño amamantado recién.En el redondel de mi lar todos se alegran porque Tú has me puesto de nuevo bajo la lámpara siempre nueva, rutilante,que flamea en lo alto.Porque me hilas y rehilas día y noche.Me vuelves el alma y me la prendes;me alegras los días, me haces feliz, aún cuando he resbalado al fondo. Tú me rescatas; sales conmigo a la superficie.Oh Jesús, Bien mío, Tu Nombre dice tanto. Y Tú, a mi lado vivo,¡cuánto puedes!¡Cuánto haces por mí! Un ramo de astros,una cofradía de planetas jóvenes, no podrían darme lo que Tú me das.
El encontrar el Reino es una experiencia. Se trata de hallar a Jesús vivo, resucitado y hablar con El. Se trata, también, de enamorarse de El y vivir esa felicidad. Entonces uno va al Padre y recibe de El,en el flujo trinitario, todos los bienes que Dios tenía dispuesto para nosotros. Se experimentan las primicias del Cielo. Siendo ya, así, feliz, en una relación de íntimo amor con Jesús, se está apto para realizar las obras que el Espíritu Santo nos encomienda, ya sea la de acompañar a Jesús, vida contemplativa, ya sea de ayudar a otro a llegar al Reino, vida activa."

ELOGIO A LA LENTITUD


(José María Toro)

Enviado el Lunes, 12 de Marzo del 2007 por gregor
Nuestra cultura ha acabado postrándose ante una nueva deidad, una moderna “trinidad” compuesta por la rapidez, la velocidad y la prisa. Ante ella nos arrodillamos, entregándole en el altar de las ofrendas nuestro propio corazón.
En las olimpiadas siempre se reconoce y se premia a los más veloces. A veces me planteo si no es un poco absurdo consagrar toda una vida y machacar el propio cuerpo sólo por bajar unas décimas un récord olímpico.
En nuestro modo de entender la vida, de entendernos a nosotros mismos, no se levanta ningún podium para los lentos. No se otorgan medallas y reconocimientos a quienes no luchan contra el tiempo sino a su favor.
La lentitud es proscrita, denostada y desvalorizada.
Cuando decimos que esta niña es lenta no estamos, precisamente, exaltándola, valorándola positivamente.
Cuando me dicen que la película era muy lenta me están invitando a que no vaya a verla.
Lo lento nos pesa, nos cansa, nos abruma y nos aburre.
Tal vez porque los ritmos lentos, las cadencias sin prisas y pausadas terminan acercándonos y mostrándonos nuestra falta de consistencia interior, el propio cansancio, la bruma en la que queremos ocultar nuestro propio desasosiego interno.
La rapidez y la velocidad siempre nos proyectan hacia fuera, nos centrifugan, dan cuerpo a la sutil huida de la propia verdad que nos habita. Correr no es sino un huir. Nos aceleramos para no darnos cuenta, para anestesiarnos, para dis-traernos.
Voy reconociendo, no sin dificultades, el sagrado valor de la lentitud.
Se me antoja que Dios es un Dios lento.... sin prisas...... que nos concede todo el tiempo del cosmos que necesitamos.
La evolución, contada en millones de años, es lenta. Dios no tiene prisa. Se mueve con lentitud, opera sin premura. Darwin, con su teoría de la evolución no niega un Dios creador sino que afirma un Dios lento.
La tortuga y el caracol son arquetipos de la lentitud. De ellos podemos aprender que sólo quien lleva su casa a cuestas no tiene prisa. No necesitan correr para llegar a ningún sitio, su casa va con ellos.
Yo no necesitaré correr más cuando me sienta que estoy en casa, que estoy en mi corazón y que, por eso, no tengo que precipitarme para estar en ningún otro lugar.
Ser lento es sentirse siempre en casa.
JOSÉ MARÍA TORO

DE enpaz.com

A DIOS LE GUSTAN LAS MUJERES



Enviado el Domingo, 24 de Junio del 2007 por gregor


Hoy he estado celebrando la eucaristía en la casa generalicia de unas amigas mías franciscanas. Me recibió sonriente y feliz Lourdes, que cuando era provincial me invitó varias veces a dirigir ejercicios a las hermanas de su provincia y ahora atiende la portería. Durante la cena pregunté por Rosario, la anterior superiora general. Está en una misión de Mozambique. Y la anterior a ella, Carmen, está limpiando culos —con perdón— en una residencia de mayores.
Son admirables estas mujeres, Padre. Ellas no saben qué es eso de la erótica del poder; sólo conocen la erótica del servicio y, cuando les corresponde ejercer un ministerio de autoridad, desean que termine pronto para servir otra vez directamente a los pobres.—Sí, hijo. Una de las cosas que mejor me salió durante la creación fue el corazón de la mujer. Mi Hijo os enseñó a llamarme “Padre”, e hizo bien porque en aquella cultura ni siquiera las mujeres habrían aceptado llamarme “Madre”, pero hoy es distinto. Por eso inspiré a Juan Pablo I para que dijera aquello de que Dios “es padre; más aún, es madre”. Y la inteligencia de las mujeres también me quedó muy bien. Habrás podido comprobar que, cuando dejáis de ponerles trabas para que estudien, obtienen mejores calificaciones que vosotros. Por eso me irrita profundamente que la Iglesia —”mi” Iglesia— esté aprovechando tan poco y tan mal el potencial de las mujeres. Os pediré cuentas por ello; ¡vaya si os las pediré! Sé que no debería decir que me irrito, porque es un antropopatismo, pero no puedo evitarlo. —¿Es un qué, Padre... maternal?
—Un antropopatismo, hijo, un antropopatismo: atribuir a Dios, o sea a mí, pasiones y sentimientos humanos. Muchas mujeres saben más griego que tú. Luis González-Carvajal
Extraido de enpaz.com


Extraido de enpaz.com

Extraido de enpaz.com

EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO QUE SEA "SERVIDOR"
Extraido de enpaz.com

A PESAR DE TODAS LAS DIFICULTADES, A PESAR DE ESTAR OLVIDADOS EN EL DESIERTO, LA MIRADA DEL AMOR DE UNA MADRE SAHARAUI A SU HIJO, NOS HACE RECUPERAR LA ESPERANZA EN EL HOMBRE. NO PERDER LA CONFIANZA EN DIOS NOS DA FUERZA PARA LUCHAR POR LA VIDA.
Extraido de enpaz.com

QUE DIFIL ES SER PAZ.PERO CONTIGO LLEGARE.

AUNQUE SIEMPRE ESTAMOS PENSANDO QUE NOS FALTA ALGO


MIRA ESTOS LIRIOS, CUANDO LA FATIGA TE ABRUME,UNA VEZ MAS TE LLENARÁ DE PAZ

















Y SOBRE TODAS LAS COSAS NUNCA TE OLVIDES DE DIOS

DE SANTA TERESA


LUNES 25 DE JUNIO

Día litúrgico: Lunes XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi Desvalls-Girona, España)
«Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá»
Hoy, el Evangelio me ha recordado las palabras de la Mariscala en El caballero de la Rosa, de Hug von Hofmansthal: «En el cómo está la gran diferencia». De cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en muchos aspectos de nuestra vida, sobre todo, la espiritual.
Jesús dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7,1). Pero Jesús también había dicho que hemos de corregir al hermano que está en pecado, y para eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. San Pablo mismo en sus escritos juzga a la comunidad de Corinto y san Pedro condena a Ananías y a su esposa por falsedad. A raíz de esto, san Juan Crisóstomo justifica: «Jesús no dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar, hemos de corregirlo sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino como el médico que aplica un remedio». El juicio, pues, parece que debiera hacerse sobre todo con ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.
Pero todavía más interesante es lo que dice san Agustín: «El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente (...). Pensemos, primero, si nosotros no hemos tenido algún pecado semejante; pensemos que somos hombres frágiles, y [juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros». Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos pasará, como dice el Evangelio, que con una viga en el ojo queramos sacar la brizna del ojo de nuestro hermano (cf. Mt 7,3).
Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas de los otros, casi de una manera inconsciente: de ello haremos un juicio. Pero el hecho de mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos ayudará en el cómo juzguemos: ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir alguna cosa, o para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo el mundo lo hace. Y, para acabar, sobre todo tengamos en cuenta las palabras de Jesús: «Con la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2).

DOMINGO 24 DE JUNIO

Día litúrgico: Domingo XII (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,18-24): Y sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».

Comentario: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell (Agullana-Girona, España)
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos sitúa ante una pregunta clave, fundamental. De su respuesta depende nuestra vida: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Pedro responde en nombre de todos: «El Cristo de Dios». ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Conocemos suficientemente a Jesús como para poder responder? La oración, la lectura del Evangelio, la vida sacramental y la Iglesia son fuentes inseparables que nos llevan a conocerle y a “vivirlo”. Hasta que no seamos capaces de responder con Pedro con todo el corazón y con la misma sencillez..., seguramente todavía no nos habremos dejado transformar por Él. Hemos de conseguir sentir como Pedro, ¡hemos de lograr sentir como la Iglesia para poder responder de manera satisfactoria a la pregunta de Jesús!
Pero el Evangelio de hoy acaba con una exhortación a seguir al Señor desde la humildad, desde la negación y la cruz. Seguir a Jesús de esta manera sólo puede dar salvación, libertad. «Lo que sucede con el oro puro, también sucede con la Iglesia; esto es, que cuando pasa por el fuego, no experimenta ningún mal; más bien lo contrario, su esplendor aumenta» (San Ambrosio). Ni la contrariedad, ni la persecución por causa del Reino, nos han de dar miedo, más bien nos han de ser motivo de esperanza e, incluso, de alegría. Dar la vida por Cristo no es perderla, es ganarla para toda la eternidad. Jesús nos pide que nos humillemos totalmente por fidelidad al Evangelio, quiere que, libremente, le demos toda nuestra existencia. ¡Vale la pena dar la vida por el Reino!
Seguir, imitar, vivir la vida de la gracia, en definitiva, permanecer en Dios es el objetivo de nuestra vida cristiana: «Dios se hizo hombre para que imitando el ejemplo de un hombre, cosa posible, lleguemos a Dios, cosa que antes era imposible» (San Agustín). ¡Que Dios, con la fuerza del su Espíritu Santo, nos ayude a ello!