domingo, 24 de junio de 2007

ELOGIO A LA LENTITUD


(José María Toro)

Enviado el Lunes, 12 de Marzo del 2007 por gregor
Nuestra cultura ha acabado postrándose ante una nueva deidad, una moderna “trinidad” compuesta por la rapidez, la velocidad y la prisa. Ante ella nos arrodillamos, entregándole en el altar de las ofrendas nuestro propio corazón.
En las olimpiadas siempre se reconoce y se premia a los más veloces. A veces me planteo si no es un poco absurdo consagrar toda una vida y machacar el propio cuerpo sólo por bajar unas décimas un récord olímpico.
En nuestro modo de entender la vida, de entendernos a nosotros mismos, no se levanta ningún podium para los lentos. No se otorgan medallas y reconocimientos a quienes no luchan contra el tiempo sino a su favor.
La lentitud es proscrita, denostada y desvalorizada.
Cuando decimos que esta niña es lenta no estamos, precisamente, exaltándola, valorándola positivamente.
Cuando me dicen que la película era muy lenta me están invitando a que no vaya a verla.
Lo lento nos pesa, nos cansa, nos abruma y nos aburre.
Tal vez porque los ritmos lentos, las cadencias sin prisas y pausadas terminan acercándonos y mostrándonos nuestra falta de consistencia interior, el propio cansancio, la bruma en la que queremos ocultar nuestro propio desasosiego interno.
La rapidez y la velocidad siempre nos proyectan hacia fuera, nos centrifugan, dan cuerpo a la sutil huida de la propia verdad que nos habita. Correr no es sino un huir. Nos aceleramos para no darnos cuenta, para anestesiarnos, para dis-traernos.
Voy reconociendo, no sin dificultades, el sagrado valor de la lentitud.
Se me antoja que Dios es un Dios lento.... sin prisas...... que nos concede todo el tiempo del cosmos que necesitamos.
La evolución, contada en millones de años, es lenta. Dios no tiene prisa. Se mueve con lentitud, opera sin premura. Darwin, con su teoría de la evolución no niega un Dios creador sino que afirma un Dios lento.
La tortuga y el caracol son arquetipos de la lentitud. De ellos podemos aprender que sólo quien lleva su casa a cuestas no tiene prisa. No necesitan correr para llegar a ningún sitio, su casa va con ellos.
Yo no necesitaré correr más cuando me sienta que estoy en casa, que estoy en mi corazón y que, por eso, no tengo que precipitarme para estar en ningún otro lugar.
Ser lento es sentirse siempre en casa.
JOSÉ MARÍA TORO

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