viernes, 22 de febrero de 2008

COMENTARIOS DE SACERDOTES JESUITAS

Encuentros con la Palabra
Domingo III de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4, 5-42) – 24 de febrero de 2008
“¿Cómo es que tú me pides agua a mí, que soy samaritana?”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

En medio de una noche oscura como la boca de un lobo, el Capitán del barco reconoció a lo lejos la luz de otra embarcación que venía directamente hacia ellos. En seguida dio una orden al telegrafista. Ordénele a esa embarcación que cambie su rumbo diez grados a estribor. Un momento después llega un mensaje a la cabina del Capitán: “Ustedes deben cambiar su rumbo diez grados a babor”. El Capitán pide que el mensaje esta vez sea más explícito: “Soy el Capitán Baquero, le ordeno que gire su rumbo diez grados a estribor”. Mientras pasa todo esto, la luz se va acercando de manera rápida y peligrosa. Se recibe un nuevo mensaje en la cabina: “Soy el marinero Barragán. Le sugiero que gire su rumbo diez grados a babor”. El Capitán muy contrariado y viendo que la luz ya está demasiado cerca envía una última advertencia: “Estoy al mando de un buque de guerra. Modifique su rumbo diez grados a estribor o no respondo por lo que pueda pasar”. La respuesta que llega los deja a todos estupefactos: “Modifique su rumbo diez grados a babor. Tampoco respondo por lo que pueda pasar. Estoy al mando de un faro. Usted verá”.

La samaritana que llega a mediodía al pozo de Jacob, a las afueras de Sicar, en busca de agua, se encuentra, sorpresivamente, con que un judío, con rostro cansado, le pide de beber. “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: – Dame un poco de agua”. La sorpresa aumenta cuando este atrevido personaje le termina ofreciendo agua viva sin tener si quiera un balde y una soga para sacar una gotas de agua del profundo pozo. “Jesús le contestó: – Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Pero, sin duda, las sorpresas apenas comenzaban, pues más tarde se sintió confrontada con la verdad de su vida. “Jesús le dijo: – Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. La mujer le contestó: – No tengo marido. Jesús le dijo: – Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes, no es tu marido. Es cierto lo que has dicho”.

Muchas veces salimos al encuentro de los demás revestidos con nuestras armaduras para defendernos y no dejar entrar a los otros en nuestra vida. Pero es frecuente que nos tropecemos con la sorpresa de descubrirnos vulnerables y nos veamos obligados a cambiar nuestro rumbo para abrirnos a nuestra propia verdad. Es lo que le pasó al capitán del barco con el que comenzamos esta reflexión. Se sentía seguro y fuerte, pero tuvo que dejar a un lado su propio camino, porque estaba navegando hacia su propia destrucción. Algo parecido pasa cuando nos encontramos con la Palabra de Dios; ella nos confronta y nos ayuda a descubrir nuestra propia verdad. “Porque la Palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4,12).

Este tiempo de Cuaresma nos invita a revisar nuestros caminos y corregir nuestro rumbo. Como la samaritana, El encuentro con Jesús pone en evidencia el camino equivocado que estamos siguiendo, al dejarnos guiar solamente por nuestros criterios.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
Domingo II de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 17, 1-9) – 17 de febrero de 2008
“Levántense; no tengan miedo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

Tengo ante mí en estos días la imagen de dos parejas enamoradas: una de ellas se casa en junio próximo y la otra cumple sus bodas de oro matrimoniales en enero del próximo año. Los primeros están experimentando el goce mágico de una pasión enamorada que los llena de entusiasmo para comenzar a caminar juntos; los segundos disfrutan del amor fiel y de la mutua compañía en la cima del camino, contemplando, sin acabar de creérselo, la distancia que han recorrido. Para ambas parejas el paisaje es muy distinto. Contemplan el mismo camino desde extremos, aparentemente, opuestos. Sin embargo, el amor que los sostiene tiene la misma raíz. Las dos parejas escuchan la misma palabra que les dice: “Levántense; no tengan miedo”. Esta raíz es la promesa que han recibido y que se va haciendo historia en el diario caminar del amor de Dios en ellos.

¿Quién sería capaz de embarcarse en un proyecto tan complejo como el matrimonio si antes no experimentara, de alguna forma, las mieles luminosas del paraíso que van a construir paso a paso? ¿Quién sería capaz de entrar en un seminario o en una casa de formación religiosa para consagrarse plena y definitivamente al seguimiento y al anuncio del Señor, sin estar, en cierto modo, borrachos de amor hacia Aquél que nos invita y por la misión a la que nos envía? No podríamos comenzar una tarea que abarque la totalidad de nuestra existencia, si nos quedáramos mirando solamente los inconvenientes y las contingencias del proceso, olvidando levantar la vista, por lo menos de vez en cuando, hacia el destino final que nos espera.

Pedro, Santiago y Juan, subieron con el Señor a un cerro muy alto y allí, como un relámpago en medio de una noche cerrada, se reveló para ellos el misterio último de la vida de Jesús. Pudieron contemplar al Señor transfigurado, recordando el brazo fuerte y extendido del Dios de Moisés, que era incapaz de soportar la esclavitud de su pueblo en Egipto y, al mismo tiempo, sintieron la brisa suave que refrescó el rostro del profeta Elías en el monte Horeb. “Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto vieron a Moisés y Elías conversando con Jesús”. Ellos pensaron que habían llegado al final del camino y le propusieron al Señor que harían tres tiendas para quedarse allí para siempre. Sin embargo, el camino hacia el calvario apenas comenzaba y todavía tenían que acabar de subir a Jerusalén para asumir las dificultades y sufrimientos que les esperaban en la Ciudad Santa.

El sentido que tiene este evangelio, cuando comenzamos el tiempo de Cuaresma, es mostrarnos, precisamente, el final del camino, la promesa hacia la cual dirigimos nuestros pasos. El Señor nos concede muchas veces probar un poco las delicias del paraíso, en medio de las vicisitudes de nuestra existencia, para fortalecernos y animarnos a construir el amor fiel de la entrega total. El peligro que tiene la pareja que comienza su camino de amor es pensar que todo él será un jardín de rosas y no se decidan a construir día a día y paso a paso, una relación fiel que los lleve a vivir en plenitud. Y el riesgo que corren los que están a punto de llegar a sus bodas de oro es que olviden que algún día su corazón vibró apasionadamente y que lo que han ido edificando a lo largo de tantos años es exactamente lo que el Señor llama un amor que llega hasta el extremo.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
Domingo I de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 4, 1-11) – 10 de febrero de 2008
“Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto (...)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

«Si ya has encontrado a Dios, avísame dónde está, porque yo llevo muchos años buscándolo y no lo encuentro». La tía Lucía me dejó caer hace un tiempo esas palabras que quedaron retumbando en mi alma como un eco sordo al fondo de un abismo... «Avísame dónde está...». Evidentemente, la frase condicional con la que comenzó fue la que más me inquietó: «Si ya has encontrado a Dios...». Es bien arriesgado decir que he encontrado a Dios, pero lo que sí no me da miedo decir es que descubro pistas de su presencia en la Palabra que ilumina la Vida y que invita a construir Comunidad. Como la tía Lucía, muchas personas que nos rodean nos piden señales, pruebas, huellas de Dios en su vida cotidiana. No es que no lo quieran ver; es que no lo ven por ninguna parte y de verdad están buscando el sentido de sus vidas.

El Señor Jesús, Palabra transparente de Dios en nuestra historia, conducido por el Espíritu, fue probado en el desierto. Lo que lo sostuvo, en medio de la tentación, fue el apoyo que encontró en la Escritura. Tal como lo describe el Evangelio de san Mateo, Jesús dijo ante la tentación: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de los labios de Dios» (Mateo 4,4); más adelante añadió: «No pongas a prueba al Señor tu Dios» (Mateo 4,7); y, por último, dijo; «Adora al Señor tu Dios y sírvelo sólo a él» (Mateo 4,10). Tres referencias a la Escritura con las que Jesús supo defenderse de las tentaciones que lo acosaban de muchas formas: Deseos de lucirse ante los demás haciendo milagros: “Si de veras eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes”. Deseos de tener honores y ser reconocido por los demás: “Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo (...)”. Deseos de poder y dominación: “Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras”.

¡Cuántas veces sentimos la tentación de tener el poder de hacer milagrosamente lo que queremos! Como convertir las piedras en panes... ¡Cuántas veces sentimos la tentación de probar a Dios exigiéndole lo imposible! Como lanzarse al vacío desde lo alto del templo, esperando que los ángeles vengan a rescatarnos... ¡Cuántas veces sentimos la tentación dominar a los demás arrodillándonos ante dioses falsos! Como cuando colocamos el poder, el tener y el saber por encima del ser mismo de cada ser humano...

Hay que notar que en la segunda tentación, el mismo diablo cita la Escritura para presentar al Señor su tentación: “Si de veras eres Hijo de Díos, tírate abajo; porque la Escritura dice: ‘Dios mandará que sus ángeles te cuiden. Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra alguna”. La habilidad del mal llega a valerse de la Escritura para poner zancadillas a gente buena. Por eso la invitación del Señor no es a referirse a la Escritura como arrancando frases de sus contextos literarios, ni para lanzarlas sin más sobre nuestros contextos existenciales. De lo que se trata es de saber apoyarnos en su Palabra para desentrañar el misterio de Dios en el corazón de nuestra propia historia. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios en medio de nuestras vidas si no nos encontramos cotidianamente con su Palabra? Confío en que esto le sirva de pista a la tía Lucía, y a tantas otras personas que buscan sinceramente el sentido de sus vidas, para que algún día puedan decirme que se han encontrado cara a cara con Dios.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
Domingo IV del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 1-12a) – 3 de febrero de 2008
“(...) él tomó la palabra y comenzó a enseñarles”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

Leí alguna vez esta historia que me parece que puede ayudarnos a entender las Bienaventuranzas que nos presenta hoy san Mateo en su Evangelio. “El dueño de una tienda estaba clavando un letrero sobre la puerta que decía 'Cachorros para la venta'. Letreros como ese atraen a los niños, y tan es así que un niñito apareció bajo el letrero. –¿Cuánto cuestan los cachorros? – preguntó. – Entre quince y veinte mil pesos – replicó el dueño. El niño buscó en sus bolsillos y sacó unas monedas. Tengo ocho mil pesos – dijo – ¿Puedo verlos, por favor? El dueño sonrió y dio un silbido, y de la perrera salió Laika, corriendo por el pasillo de la tienda seguida de cinco diminutas bolas plateadas de pelaje. Uno de los cachorros se retrasaba considerablemente detrás de los demás.

– ¿Qué pasa con ese perrito? – dijo el niño señalando al cachorro que cojeaba rezagado. El dueño de la tienda le explicó que el veterinario lo había examinado, y había descubierto que no tenía la cavidad del hueso de la cadera. Siempre sería cojo. El niño se emocionó. Ese es el cachorro que quiero comprar. No tienes que comprar ese perrito – le dijo el dueño de la tienda –. Si realmente lo quieres te lo daré. El niño se molestó un poco. Miró directamente a los ojos de dueño de la tienda, y señalándolo con el dedo dijo: – No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como los demás, y pagaré todo su valor. En efecto, le daré ocho mil pesos ahora, y mil pesos mensuales hasta que lo haya pagado completamente. No creo que quieras comprar ese perrito – replicó el dueño –. Nunca va a poder correr ni jugar ni saltar contigo como los demás cachorros. En ese momento, el pequeño se agachó y arremangó su pantalón para mostrar una pierna malamente lisiada, retorcida y sujeta por una gran abrazadera de metal. ¡Bien – replicó suavemente el niño mirando al dueño de la tienda – yo tampoco corro muy bien, y el cachorrito necesitará a alguien que lo entienda!

Sólo una persona que tenga espíritu de pobre, podrá entender a los que tienen espíritu de pobres. Sólo alguien que haya sufrido, entenderá a los que sufren. Sólo entenderá a los humildes, quien sea verdaderamente humilde. Sólo quien ha tenido hambre y sed de justicia, entenderá a quienes tienen hambre y sed de justicia. Sólo una persona compasiva, podrá entender a quienes son compasivos. Sólo aquel que tienen un corazón limpio, podrá entender a los que tienen un corazón limpio. Sólo el que ha trabajado por la paz, entenderán a quienes trabajan por la paz. Sólo aquel que ha sufrido persecuciones por causa de la justicia, entenderá a quienes son perseguidos por causa de la justicia. Sólo quien han recibido insultos y maltratos, y haya sido atacado con toda clase de mentiras, podrá entender a quienes son insultados, maltratados y atacados con toda clase de mentiras...

Tal vez por eso es por lo que estas expresiones muchas veces nos rechinan interiormente cuando las escuchamos. Porque nuestro corazón ha estado alejado de los valores que nos presenta aquí el Señor. Valores que sólo podremos entender cuando los hayamos hecho nuestros. No es fácil predicar esto hoy en una sociedad hedonista que huye del dolor y se le esconde al sacrificio. Pero tampoco podemos dejar de pensar que Jesús vivió esto mismo y por eso pudo entender estas realidades como fuentes de salvación.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
Domingo III del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 4, 12-23) – 27 de enero de 2008
“Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente (…)”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Cuando Jesús oyó que habían metido a Juan en la cárcel, se dirigió a Galilea”. Allí, al norte del país, le esperaba su misión que no fue otra que convocar a un grupo de hombres y mujeres para ser sus discípulos y para construir con ellos una comunidad de hermanos que reconociera a Dios como Padre de todos. Un Dios Padre-Madre, que quiere que sus hijos vivan en abundancia y que alcancen una vida plena, como la suya. Un Dios que quiere darse completamente a cada uno de nosotros. Un Dios que no se queda tranquilo en su trono, sino que desciende para acercarse a nuestra humanidad ‘agobiada y doliente’.

Ese es el núcleo de la acción salvífica de Jesús y del anuncio del reino, tal como nos lo revelan los evangelios. Hay personas que creen que es como poca cosa que Jesús se hubiera dedicado los tres años de su vida pública a explicarnos que Dios es un Padre misericordioso y que el proyecto de este Padre es que todos sus hijos vivan como hermanos. Muchas veces enredamos el mensaje y lo hacemos más complejo, con la idea de hacerlo un poco más ‘interesante’ y no tan simple.

El texto que nos presenta hoy la liturgia ofrece tres escalones así: 1) El llamado a colaborar con Jesús en su proyecto de salvación, haciéndose también ‘pescadores de hombres’, como invita a Pedro y a su hermano Andrés. 2) El anuncio de la buena noticia del reino. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas de cada lugar que el reino de los cielos estaba cerca e invitaba a todos a volverse a Dios. 3) La acción de curar a las gentes de todas sus enfermedades y dolencias. Esta es la forma como Dios iluminó la oscuridad en la que vivía el mundo, esta es la gran luz que brilló “para los que vivían en sombras de muerte”.

Aunque el orden que he presentado es el de la acción de Jesús en el Evangelio, tal como nos lo presenta San Mateo, sus seguidores debemos practicar estas tres cosas de atrás hacia delante. El punto de partida de nuestra acción es curar las enfermedades y las dolencias de los que tenemos a nuestro alrededor. El Evangelio (Buena noticia) comienza por el amor a los demás, hecho obras y no sólo buenas intenciones. La práctica del amor no está eximida para nadie. Por allí comienza el auténtico anuncio y la verdadera educación en la fe.

En segundo lugar, tenemos que hacernos mensajeros de la Buena noticia para los demás, anunciando que el reino de Dios ya sucediendo en medio de nosotros, primero con nuestras obras y luego con nuestras palabras que acompañan y dan sentido a nuestra acción. Y así se da el tercer paso, que es invitar a otros para que unan a este proyecto de Dios que es hacer una sola familia en la que todos nos sintamos y vivamos como hermanos.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
Domingo II del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Juan 1, 29-34) – 20 de enero de 2008
“Miren, éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: ‘¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Hablar de Jesús es algo que desgraciadamente hacemos poco o que no sabemos muy bien cómo hacer. Pienso en muchos misioneros de otras denominaciones cristianas, aunque hay que reconocer que tampoco faltan en la Iglesia católica, que van de puerta en puerta tratando de imponer a los demás la fe en el Señor Jesús; incluso, llegan a amenazar a las gentes que si no aceptan el mensaje de Jesús en sus vidas o si no acogen la salvación que ellos anuncian, se van a perder para siempre en el infierno. Pero de ahí a desear que otros conozcan su propuesta y a que, sin vergüenza ninguna, podamos anunciar su nombre a todos los que se cruzan en nuestro camino, hay una gran diferencia.

La verdad es que no me gusta mucho un estilo impositivo de evangelización y creo que a Dios tampoco le gusta… Muchos de nosotros sentimos fastidio frente a un talante impositivo y fanático del anuncio del Evangelio. Numerosos mensajes y doctrinas, actualmente, se están presentando al mundo como la única verdad, sin la cual no hay salvación posible para el género humano. Vivimos un tiempo de radicalismos y fanatismos religiosos que no se compadecen con el estilo de Dios. Por tanto, no se trata de ir por el mundo delirando, como quien ha perdido el juicio y llamando a las turbas a creer en un mensaje que nosotros, los iluminados y elegidos, les llevamos. Ese método no es el que ha elegido Dios para invitarnos a compartir su proyecto.

Juan el Bautista, señala al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” y reconoce que él mismo no sabía quién era, pero que el que lo envió a bautizar con agua le dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo”; y termina diciendo: “Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios”. Por tanto, una cosa es señalar y otra cosa es imponer, que es lo que mucha veces hacemos, convencidos de que si no lo ‘imponemos’, los demás se van a condenar por nuestra culpa. Pero nadie se salva por la fuerza.

Por otra parte, lo que señala Juan de Jesús es que ‘quita el pecado del mundo’ y por tanto, que ofrece ‘salvación’ por su propia entrega y no como una imposición doctrinal. Dios no salva imponiendo una doctrina, sino quitando el ‘pecado del mundo’, frase que repetimos tres veces siempre que vamos a comulgar… Por tanto, deberíamos preguntarnos hoy, al escuchar este texto del Evangelio, cuántas veces hemos hablado de Jesús, como el que salva, como el que nos ha salvado, como el que nos ha dado una vida nueva que nos alegramos de recibir y que es una muy buena noticia para nosotros y para los demás. Así sí deberíamos anunciarlo.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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COMENTARIO DE SACERDOTES JESUITAS

Encuentros con la Palabra
El Bautismo del Señor – Ciclo A (Mateo 3, 13-17) – 13 de enero de 2008
“(…) es conveniente que cumplamos todo lo que es justo ante Dios”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Jesús fue de Galilea al río Jordán, donde estaba Juan, para que este lo bautizara”. Ver a Jesús, el autor del bautismo, pidiéndole a Juan que lo bautice, todavía hoy nos puede impresionar. Con este relato se abre el ministerio público de Jesús. Después de pasar muchos años en un completo anonimato en medio de su familia y de su pueblo, Jesús decide salir para comenzar a enfrentar su propia misión, y lo hace uniéndose a este movimiento de conversión que se suscitó al sur del país, liderado por Juan el Bautista. A partir de aquí, san Mateo comienza a presentar las acciones y los discursos de Jesús, que habían sido recogidos por la tradición que él recibió y de la cual fue testigo privilegiado.

No se trató solamente de un acto de humildad, como algunos comentadores suelen afirmar. En el gesto de unirse a la larga fila de pecadores públicos que buscaban en el bautismo de Juan un aliento para su camino, hay mucho más. Jesús mismo sentía la necesidad de un cambio de rumbo. El camino que llevaba su vida se iba agotando y tenía que abrirse a otros horizontes. Eso no significa que Jesús se sintiera pecador… para sentir la necesidad de cambio en la propia vida, no tenemos que estar, necesariamente, atrapado por el pecado. Muchas veces tendríamos que sentir una necesidad de cambio, una llamada a buscar nuevos caminos que despejen nuestras rutas de una cotidianidad que ha dejado de fluir al ritmo de Dios.

Mateo describe el momento del bautismo como un momento de confirmación, en la que Jesús recibe la fuerza del Espíritu de Dios, que bajó hasta él ‘como una paloma’. Y “se oyó una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo amado, a quien he elegido”. Tal vez ninguno de nosotros recuerde su propio bautismo, pero podemos estar seguros de que ese día también nosotros recibimos estos dos regalos de parte de Dios… En primer lugar, recibimos el Espíritu Santo de Dios… su fuerza nos acompaña a lo largo de nuestra vida y nos capacita para hacer presente a Dios en medio del mundo. Tal vez no seamos conscientes de ello, pero el bautismo de Jesús nos recuerda que el Espíritu de Dios habita en nosotros y que, a pesar de nuestra debilidad o nuestro pecado, Dios sigue luchando en nuestro interior por hacer de nosotros hijos e hijas en plenitud.

Por otra parte, esta fiesta del Bautismo es un momento para escuchar esa voz de Dios que hoy vuelve a decir de cada uno de nosotros: “Este es mi hijo/a amado/a, a quien he elegido”. Sentir esta predilección de Dios por la humanidad, y sentirnos elegidos y amados por Dios en este momento particular de nuestra historia, nos invita a tener confianza en él y a sobrellevar con paciencia las dificultades que nos presenta la vida. Estos dos regalos que recibe Jesús en su Bautismo, los recibimos también nosotros todos los días. Con ellos podemos enfrentar nuestro propio camino de crecimiento.

Podríamos preguntarle hoy al Señor, qué es lo que nos está pidiendo que cambiemos hoy en nuestra cotidianidad, cuando nos recuerda que hemos recibido el Espíritu Santo y cuando vuelve a recordarnos que somos amados y elegidos por Él para ser sus hijos. Con estos dos regalos, no hay dificultad ni reto que no podamos enfrentar y superar. Su amor y su gracia nos bastan, como termina la oración de ofrecimiento de Ignacio de Loyola.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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Encuentros con la Palabra
La Epifanía del Señor – Ciclo A (Mateo 2, 1-12) – 6 de enero de 2008
“(…) hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país”. La fiesta de la Epifanía, celebración del esplendor de una estrella que lleva la Buena Noticia de Jesús más allá de nuestras estrechas fronteras, nos presenta un texto evangélico que comienza por señalar a Belén como el pueblo en el que nace la salvación, regida por un monarca desacreditado y violento. Belén, efectivamente, como señala el Profeta Miqueas, es pequeña e insignificante, en el contexto geopolítico de la época: “En cuanto a ti, Belén de Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel que desciende de una antigua familia” (Miq. 5, 2).

El resplandor universal de la salvación que Dios nos ha regalado en su Hijo hecho hombre en las entrañas de una virgen, necesita desposarse con la pequeñez de la mediación de unas coordenadas geopolíticas… Belén, en “la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país”. Así como los contemporáneos de Jesús despreciaban la insignificancia de aquella población de la región montañosa de Judá, nosotros hoy desdeñamos las mediaciones ordinarias en las que se sigue revelando, para todo el mundo, el mensaje de la salvación.

Lo que nos recuerda la Epifanía es que Dios tiene una capacidad infinita de entrega a los seres humanos, a toda persona humana y en todo momento; así ha sido a lo largo de toda la historia; Dios ha tratado y está tratando de construir al ser humano a su medida plena, a la medida de Dios mismo, pero se ha encontrado con la oposición libre y soberana del mismo hombre que, desde su pecado, no desde su debilidad, ha impedido la culminación definitiva de la obra de la salvación. Por eso Jesús es el "Primogénito de toda la creación" (Col. 1, 18), el primero en hacerse tan plenamente obediente a la acción de Dios en él, a la gracia regalada por Dios, que se hizo "Imagen de Dios invisible" (Ibíd.) y pudo decirle a Felipe "el que me ha visto a mi, ha visto al Padre" (Jn. 14, 9b).

Dios se ofrece a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos de la tierra, por igual desde el principio de los siglos hasta el final de los tiempos. Concebir a un Dios que le da unas cosas a unos y otras a otros parece imposible. En este sentido, no habría un 'pueblo elegido' de antemano por Dios, sino un pueblo que toma conciencia de la elección de Dios; no habría un 'predilecto' sino un ser humano que entiende cuál es la voluntad de Dios y la cumple, haciéndose siervo de los más pequeños. Esto fue lo que nos reveló Jesús; que Dios es un Padre para todos; un Padre que no ama a unos más que a otros y que busca siempre la salvación de todos sus hijos e hijas. Un Padre que "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt. 5, 45b).

Desde aquí tenemos que sentirnos profundamente cercanos a Jesús y a toda persona humana; todos tenemos la misma vocación de alcanzar la vida divina por la gracia del mismo Dios; "En efecto, todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hacer gritar: ¡Abba!" (Rm. 8, 14-15). Esto fue lo profundamente revolucionario del mensaje de Jesús: declararse Hijo de Dios y abrir las puertas de la salvación y de la liberación para todos los cautivos; afirmar la paternidad universal de Dios fue dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos; allí estuvo la radical novedad de la Buena Nueva anunciada a los pobres (Cfr. Lc. 4, 18). Allí estuvo y allí está la novedad plena de su mensaje para toda la humanidad en sus diversas las culturas y religiones. Esto es Epifanía…

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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SWABADO 23 DE FEBRERO

Día litúrgico: Sábado II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

Comentario: Rev. D. Llucià Pou i Sabaté (Vic-Barcelona, España)
«Me levantaré, iré a mi padre y le diré: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti’»
Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de una hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos.
Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre...
«Padre, he pecado» (cf. Lc 15,21), queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,23-24). Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II).
El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.

VIERNS 22 DE FEBRERO

Día litúrgico: 22 de Febrero: La Cátedra de san Pedro, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)
«Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»
Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a sus hermanos.
Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).
Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus servorum Dei.
Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.

JUEVES 21 DE FEBRERO

Día litúrgico: Jueves II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 16,19-31): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».

Comentario: Rev. D. Xavier Sobrevía i Vidal (Sant Boi de Llobregat-Barcelona, España)
«Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite»
Hoy, el Evangelio es una parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado.
El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.
Podemos pensar, ¿dónde estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.
Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.
Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16,26).
San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados.

MIERCOLES 20 DE FEBRERO

Día litúrgico: Miércoles II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

Comentario: Rev. D. Francesc Jordana i Soler (Mirasol-Barcelona, España)
«El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor»
Hoy, la Iglesia —inspirada por el Espíritu Santo— nos propone en este tiempo de Cuaresma un texto en el que Jesús plantea a sus discípulos —y, por lo tanto, también a nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.
Nuestras inclinaciones naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a las personas, mandar y dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo» (Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos quedarnos en el enunciado de las palabras!; las hemos escuchado cientos de veces, hemos de ser capaces de entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad con nuestras actitudes y comportamientos.
El Concilio Vaticano II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los demás». En este caso, nos parece que damos la vida, cuando realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo —el hombre plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).
Ser servidor, ser esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus prácticas cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir esos dones nos debemos disponer adecuadamente.

MARTES 19 DE FEBRERO

Día litúrgico: Martes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí".
»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores", porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)
«No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen»
Hoy, Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los maestros de la Ley y a los fariseos, nos dice: «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). ¡Es una acusación terrible!
Todos tenemos experiencia del mal y del escándalo -desorientación de las almas- que causa el "antitestimonio", es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». En definitiva, «hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II).
Y una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es la falta de coherencia de vida. Un apóstol del tercer milenio, que se encuentra llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de tener presente que «sólo la relación entre una verdad consecuente consigo misma y su cumplimiento en la vida puede hacer brillar aquella evidencia de la fe esperada por el corazón humano; solamente a través de esta puerta [de la coherencia] entrará el Espíritu en el mundo» (Benedicto XVI).
Finalmente, Jesús se lamenta de quienes «todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios, para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la Iglesia, «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». He aquí nuestra grandeza: ¡servir a Dios como hijos suyos!

LUNES 18 DE FEBRERO

Día litúrgico: Lunes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 6,36-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

Comentario: Rev. D. Antoni Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)
«Dad y se os dará»
Hoy, el Evangelio de Lucas nos proclama un mensaje más denso que breve, ¡y eso que es muy breve! Lo podemos reducir a dos puntos: un encuadramiento de misericordia y un contenido de justicia.
En primer lugar, un encuadramiento de misericordia. En efecto, la consigna de Jesús sobresale como una norma y resplandece como un ambiente. Norma absoluta: si nuestro Padre del cielo es misericordioso, nosotros, como hijos suyos, también lo hemos de ser. Y el Padre, ¡es tan misericordioso! El versículo anterior afirma: «(...) y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos» (Lc 6,35).
En segundo lugar, un contenido de justicia. En efecto, nos encontramos ante una especie de “ley del talión” en las antípodas de (inversa a) la rechazada por Jesús («Ojo por ojo, diente por diente»). Aquí, en cuatro momentos sucesivos, el divino Maestro nos alecciona, primero, con dos negaciones; después, con dos afirmaciones. Negaciones: «No juzguéis y no seréis juzgados»; «No condenéis y no seréis condenados». Afirmaciones: «Perdonad y seréis perdonados»; «Dad y se os dará».
Apliquémoslo concisamente a nuestra vida de cada día, deteniéndonos especialmente en la cuarta consigna, como hace Jesús. Hagamos un valiente y claro examen de conciencia: si en materia familiar, cultural, económica y política el Señor juzgara y condenara nuestro mundo como el mundo juzga y condena, ¿quién podría sostenerse ante el tribunal? (Al volver a casa y leer el periódico o al escuchar las noticias, pensamos sólo en el mundo de la política). Si el Señor nos perdonara como lo hacen ordinariamente los hombres, ¿cuántas personas e instituciones alcanzarían la plena reconciliación?
Pero la cuarta consigna merece una reflexión particular, ya que, en ella, la buena ley del talión que estamos considerando deviene de alguna manera superada. En efecto, si damos, ¿nos darán en la misma proporción? ¡No! Si damos, recibiremos —notémoslo bien— una medida buena, apretada, remecida, rebosante» (Lc 6,38). Y es que es la luz de esta bendita desproporción que somos exhortados a dar previamente. Preguntémonos: cuando doy, ¿doy bien, doy mirando lo mejor, doy con plenitud?