viernes, 22 de febrero de 2008

COMENTARIO DE SACERDOTES JESUITAS

Encuentros con la Palabra
Domingo II del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Juan 1, 29-34) – 20 de enero de 2008
“Miren, éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: ‘¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Hablar de Jesús es algo que desgraciadamente hacemos poco o que no sabemos muy bien cómo hacer. Pienso en muchos misioneros de otras denominaciones cristianas, aunque hay que reconocer que tampoco faltan en la Iglesia católica, que van de puerta en puerta tratando de imponer a los demás la fe en el Señor Jesús; incluso, llegan a amenazar a las gentes que si no aceptan el mensaje de Jesús en sus vidas o si no acogen la salvación que ellos anuncian, se van a perder para siempre en el infierno. Pero de ahí a desear que otros conozcan su propuesta y a que, sin vergüenza ninguna, podamos anunciar su nombre a todos los que se cruzan en nuestro camino, hay una gran diferencia.

La verdad es que no me gusta mucho un estilo impositivo de evangelización y creo que a Dios tampoco le gusta… Muchos de nosotros sentimos fastidio frente a un talante impositivo y fanático del anuncio del Evangelio. Numerosos mensajes y doctrinas, actualmente, se están presentando al mundo como la única verdad, sin la cual no hay salvación posible para el género humano. Vivimos un tiempo de radicalismos y fanatismos religiosos que no se compadecen con el estilo de Dios. Por tanto, no se trata de ir por el mundo delirando, como quien ha perdido el juicio y llamando a las turbas a creer en un mensaje que nosotros, los iluminados y elegidos, les llevamos. Ese método no es el que ha elegido Dios para invitarnos a compartir su proyecto.

Juan el Bautista, señala al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” y reconoce que él mismo no sabía quién era, pero que el que lo envió a bautizar con agua le dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo”; y termina diciendo: “Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios”. Por tanto, una cosa es señalar y otra cosa es imponer, que es lo que mucha veces hacemos, convencidos de que si no lo ‘imponemos’, los demás se van a condenar por nuestra culpa. Pero nadie se salva por la fuerza.

Por otra parte, lo que señala Juan de Jesús es que ‘quita el pecado del mundo’ y por tanto, que ofrece ‘salvación’ por su propia entrega y no como una imposición doctrinal. Dios no salva imponiendo una doctrina, sino quitando el ‘pecado del mundo’, frase que repetimos tres veces siempre que vamos a comulgar… Por tanto, deberíamos preguntarnos hoy, al escuchar este texto del Evangelio, cuántas veces hemos hablado de Jesús, como el que salva, como el que nos ha salvado, como el que nos ha dado una vida nueva que nos alegramos de recibir y que es una muy buena noticia para nosotros y para los demás. Así sí deberíamos anunciarlo.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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