viernes, 22 de febrero de 2008

COMENTARIOS DE SACERDOTES JESUITAS

Encuentros con la Palabra
La Epifanía del Señor – Ciclo A (Mateo 2, 1-12) – 6 de enero de 2008
“(…) hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

“Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país”. La fiesta de la Epifanía, celebración del esplendor de una estrella que lleva la Buena Noticia de Jesús más allá de nuestras estrechas fronteras, nos presenta un texto evangélico que comienza por señalar a Belén como el pueblo en el que nace la salvación, regida por un monarca desacreditado y violento. Belén, efectivamente, como señala el Profeta Miqueas, es pequeña e insignificante, en el contexto geopolítico de la época: “En cuanto a ti, Belén de Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel que desciende de una antigua familia” (Miq. 5, 2).

El resplandor universal de la salvación que Dios nos ha regalado en su Hijo hecho hombre en las entrañas de una virgen, necesita desposarse con la pequeñez de la mediación de unas coordenadas geopolíticas… Belén, en “la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país”. Así como los contemporáneos de Jesús despreciaban la insignificancia de aquella población de la región montañosa de Judá, nosotros hoy desdeñamos las mediaciones ordinarias en las que se sigue revelando, para todo el mundo, el mensaje de la salvación.

Lo que nos recuerda la Epifanía es que Dios tiene una capacidad infinita de entrega a los seres humanos, a toda persona humana y en todo momento; así ha sido a lo largo de toda la historia; Dios ha tratado y está tratando de construir al ser humano a su medida plena, a la medida de Dios mismo, pero se ha encontrado con la oposición libre y soberana del mismo hombre que, desde su pecado, no desde su debilidad, ha impedido la culminación definitiva de la obra de la salvación. Por eso Jesús es el "Primogénito de toda la creación" (Col. 1, 18), el primero en hacerse tan plenamente obediente a la acción de Dios en él, a la gracia regalada por Dios, que se hizo "Imagen de Dios invisible" (Ibíd.) y pudo decirle a Felipe "el que me ha visto a mi, ha visto al Padre" (Jn. 14, 9b).

Dios se ofrece a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos de la tierra, por igual desde el principio de los siglos hasta el final de los tiempos. Concebir a un Dios que le da unas cosas a unos y otras a otros parece imposible. En este sentido, no habría un 'pueblo elegido' de antemano por Dios, sino un pueblo que toma conciencia de la elección de Dios; no habría un 'predilecto' sino un ser humano que entiende cuál es la voluntad de Dios y la cumple, haciéndose siervo de los más pequeños. Esto fue lo que nos reveló Jesús; que Dios es un Padre para todos; un Padre que no ama a unos más que a otros y que busca siempre la salvación de todos sus hijos e hijas. Un Padre que "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt. 5, 45b).

Desde aquí tenemos que sentirnos profundamente cercanos a Jesús y a toda persona humana; todos tenemos la misma vocación de alcanzar la vida divina por la gracia del mismo Dios; "En efecto, todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hacer gritar: ¡Abba!" (Rm. 8, 14-15). Esto fue lo profundamente revolucionario del mensaje de Jesús: declararse Hijo de Dios y abrir las puertas de la salvación y de la liberación para todos los cautivos; afirmar la paternidad universal de Dios fue dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos; allí estuvo la radical novedad de la Buena Nueva anunciada a los pobres (Cfr. Lc. 4, 18). Allí estuvo y allí está la novedad plena de su mensaje para toda la humanidad en sus diversas las culturas y religiones. Esto es Epifanía…

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE)
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