viernes, 1 de junio de 2007

RELATO DE UNA PEREGRINA A TIERRA SANTA

¡TENEMOS QUE AYUDARLES!

Acabo de llegar de Tierra Santa profundamente conmovida por el contacto con los lugares en donde transcurrió la vida humana de Jesús. Es verdad que Tierra Santa es el quinto evangelio para cuantos nos profesamos cristianos, porque cuando se la visita la persona de Jesús cobra una vida y actualidad impresionantes para la propia vida. También nos permite comprender mejor los orígenes de la Iglesia así como la cultura y la mentalidad de quienes fueron los primeros llamados a proclamar la buena nueva del Evangelio.

Pero este viaje nos ha puesto además, ante una realidad que no podemos ignorar: las durísimas condiciones de vida que soportan los cristianos de Tierra Santa. Unos cristianos que forman una reducidísima minoría entre la población de judíos (la mayoritaria) y de musulmanes. Viven ignorados y marginados, dependiendo en gran parte para vivir de las peregrinaciones, pues apenas se les brindan otras oportunidades de trabajo. Muchos de ellos se han visto obligados a emigrar y los que quedan sobreviven en muchos casos en condiciones de una pobreza severa. Nuestra guía nos contaba que actualmente en Israel educar a unos niños en cristiano es avocarles a un futuro de indigencia con muy pocas posibilidades de promoción. Sin embargo, las familias cristianas siguen transmitiendo fielmente su fe a sus hijos en este medio hostil.

Claro que ante esta dramática situación, hemos procurado en todo momento comprarles a ellos nuestros recuerdos, conscientes de que a muchos les estábamos literalmente dando de comer.

La última noche, debido a la llegada de una numerosísima peregrinación, tuvimos que dejar nuestro comodísimo alojamiento en Jerusalén para trasladarnos a un pequeño hotel en Belén, propiedad de una familia de palestinos cristianos. Este hotel ha quedado literalmente arrinconado por el altísimo muro de cemento gris que los judíos han levantado para evitar los ataques suicidas. Ello nos dio la ocasión de palpar la atmósfera agobiante en que han quedado muchos de los habitantes de esta tierra, y no pudimos evitar recordar el drama humano que igualmente causó el muro de Berlín.

El dueño del hotel, deseando agradarnos, y ante nuestra gran sorpresa, después de la cena comenzó a ponernos música sudamericana. La alegría que estaba a flor de piel en todos los miembros del grupo por cuanto habíamos vivido en nuestra peregrinación, acompañó enseguida la buena voluntad de quienes nos acogían, y espontáneamente se organizó una gran fiesta. Bailamos y cantamos todos juntos, los adultos, los jóvenes y los miembros de la familia que nos hospedaba, fundiéndonos en un gran abrazo de hermanos. Al final, cuando a todos nos empezaba a vencer el cansancio, el dueño del hotel vino con lágrimas en los ojos, a agradecernos el que hubiéramos ido a su establecimiento y la alegría que en esa noche les estábamos proporcionando. Tengo que decir que a mí se me saltaban las lagrimas de la emoción, comprendiendo perfectamente cuan importante es para estas familias la presencia de los peregrinos.

Confieso que me he venido con Tierra Santa y con todos estos cristianos en el corazón. Allí, hemos encontrado a Cristo no solo en la geografía de los lugares santos sino también en el corazón de estos hermanos nuestros.

Así que pido a cuantos leáis estas líneas que si podéis y tenéis ocasión no dejéis de visitar Tierra Santa. Además de que tendréis vivencias espirituales inolvidables, ayudaréis y llevaréis alegría a estos heroicos cristianos de Palestina, con los que tenemos una deuda de agradecimiento enorme pues, junto con los religiosos que custodian los lugares santos, son ellos los que preservan la presencia cristiana en Israel y evitan que nuestros lugares sagrados queden como islotes aislados entre una población que profesa otras religiones.

Mercedes Soto Falcó.