viernes, 1 de junio de 2007

La hermosa profesión de la Educación

Tengo una hija que acaba de acabar el colegio. Sus resultados finales han sido excelentes: matricula de honor en el Bachillerato y sobresaliente en la Selectividad.
Desde muy jovencita se veía en ella una especial capacidad para comunicarse con los niños, quienes en muy poco tiempo llegan literalmente a adorarla, hecho del que ella con el tiempo, se ha ido haciendo plenamente consciente. Llegado el momento, después de considerar otras posibilidades, ha decidido cursar los estudios de educación infantil y psicopedagogía.

Cuando personas de su entorno familiar y de amistades, adultos y jóvenes se han ido enterando de su decisión, no ha recibido mas que reproches e intentos de convencerla para que “no desperdiciara su talento” en algo de tan poca categoría y de tan poca retribución económica. Ella, que gracias a Dios tiene mucha personalidad, siempre les ha contestado lo mismo: “no me interesan ni la ingeniería, ni la economía, ni llegar a ser directora de un banco o empresa. Lo que quiero es dedicarme a lo que considero que es mi vocación: la educación de los más pequeños”.

En este sencillo ejemplo tenemos un exponente de la mentalidad que hoy en día impregna hasta a las mejores personas a la hora de enfocar el futuro de sus hijos: tienes talento, pues entonces estudia para ocupar un puesto en el que ganes mucho dinero y con el que vivas muy bien. Mentalidad acorde con el gran vacío espiritual y de valores que impera hoy.

Vivimos en sociedades en donde lo económico prima sobre cualquier cosa. Nada importa la vocación personal y menos una como esta que nunca esta lo suficientemente bien pagada, y que implica el sacrificio de uno mismo al servicio del crecimiento y maduración de la persona en todas sus dimensiones. La excelencia intelectual, se piensa, no puede “desperdiciarse” en una cosa así. Eso esta para los mediocres y los que no puedan hacer otra cosa. Esta forma de pensar me parece terriblemente materialista y ofensiva para nuestros profesores y educadores y no es de extrañar que estas personas que cumplen tan fundamental papel para el futuro de nuestras sociedades se sientan tan poco apoyadas por ellas. Los numerosos casos de enfermedades psicológicas en este colectivo muestran claramente la falta de estima y despreocupación hacia sus personas de su entorno social.

Hoy en día donde la educación es el gran problema y debate que tenemos planteado, no podemos seguir pensando que las personas más brillantes no pueden dedicarse a la educación. Precisamente en la actualidad necesitamos más que nunca buenos y muy bien formados profesores de una gran talla personal y espiritual, pues los problemas que tienen que afrontar en las aulas son gigantescos y cada vez más complejos. La omisión de la tarea educativa de los padres en casa, las consecuencias en niños y jóvenes, muchas veces dramáticas, de las cada vez más frecuentes rupturas familiares, la indisciplina, la violencia y el comienzo de las diversas adicciones en edades cada vez mas tempranas y la integración en las aulas del creciente número de hijos de emigrantes que en muchos casos no comparten nuestra misma cultura, constituye, entre otros, inmensos desafíos a la hora de educar hoy.

Ante estos retos, es un suicidio de nuestras sociedades el no tener en la más alta estima a cuantos hoy en día se dedican a la educación, el no trasmitirles el pleno apoyo y consideración a su profesión y el no agradecer profundamente a cuantos en su día decidieron y hoy todavía deciden dedicarse a la hermosa pero sacrificadísima profesión de la educación.

Mercedes Soto Falcó